Llorando en la Noche
Dios iba a hacer un hombre que cambiaría su nación. ¿De dónde vino este hombre? Provenía de una de las mujeres más desconsoladas y de una familia muy, muy disfuncional. Veamos cómo comenzó su historia.
“Y cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba a Penina su mujer, a todos sus hijos y a todas sus hijas, a cada uno su parte. Pero a Ana daba una parte escogida; porque amaba a Ana, aunque Jehová no le había concedido tener hijos. Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos.” (1 Samuel 1:4-6). Ésta es una situación terrible y fracturada.
Sin embargo, Ana no abandonó a Dios ni dejó de ir a adorar. Ella nunca dijo: “¿Qué sentido tiene adorar? ¡Mírame! No tengo hijos. Tengo un rival terrible que se burla de mí por no tener hijos en medio de los servicios de adoración. Lo que es peor, es la otra esposa de mi marido. Ojalá se muriera”.
Ana se enojó y se le rompió el corazón, pero mantenía sus ojos en el Señor, y Dios dijo: “Esa es la mujer que quiero que sea la madre de mi futuro profeta”.
Cuando tuvo a su hijo Samuel, lo dedicó a Dios. Ella regresó a ese templo y le dijo al sacerdote: “¡Oh, señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová. Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová” (1 Samuel 1:26-28).
Quizás ese hijo, hija o persona por la que estás orando sea un completo desastre. Has llorado toda la noche por él. Justo ahí es donde Dios quiere mostrar su poder y hacer cosas extraordinarias. Charles Spurgeon solía dar un ejemplo en sus sermones sobre un joyero; Cuando el joyero saca sus mejores diamantes, los pone sobre terciopelo negro para que la oscuridad muestre el brillo de la gema. Así es Dios.
En las peores situaciones, Dios hace su mejor obra.