Los Largos Procesos de Dios
En los tiempos del Antiguo Testamento, cuando hacían el aceite de la unción, lo pasaban por tres prensas diferentes. La primera trituraba las aceitunas, luego la segunda exprimía el jugo y luego la tercera tomaba la piel de las aceitunas y las exprimía más tiempo. El resultado era un aceite muy puro. Así es el proceso de santificación. El Espíritu Santo actúa como esas prensas de aceite con nuestros corazones.
El Señor ha estado tratando con mi corazón durante las últimas semanas. El Señor ha estado tratando de enseñarme a ser humilde, a no compararme con otros ministerios, a no compararme con la gente de la calle. ¿Alguna vez pensaste que no luchabas con ciertas cosas, pero de repente, el Señor pone el centro de atención en tu corazón? Cosas que ni siquiera pensabas que estaban allí, las encuentras cuando Dios te lo señala. Por la bondad amorosa, la misericordia y la gracia de Dios, él quiere exprimir eso de nuestros corazones.
Este proceso de exprimirnos, aplastarnos y derramarnos es un proceso largo. A veces, cuando él hace esto, puede causarnos frustración. “Dios, ¿por qué siempre estás encima de mí? ¿Por qué siempre eres crítico? ¿Por qué pareces introducir dificultades y luchas en mi vida? ¿Por qué no me dices que soy una buena persona?
Entonces tal vez salimos y encontramos iglesias y nos dicen lo bueno que somos. Si tienes una iglesia o amigos que solo te dicen lo buena persona que eres, huye. Tú y yo necesitamos personas en nuestras vidas que estén dispuestas a ser como el profeta Natán cuando le dijo al rey David: “Tú eres el hombre, el homicida y el adúltero”. Hay este pecado en tu vida sobre el cual Dios está señalando. Él quiere exprimirlo, purgarlo y eliminarlo de tu corazón y de tu carácter. El apóstol Pablo describió esto en sus cartas, diciendo: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6).
Podemos permitir que este largo proceso nos frustre, o podemos recibirlo como la gracia que debe ser. Cuando nos encontremos una vez más en este proceso apremiante, digamos: “Gracias, Jesús. Gracias por la misericordia de la corrección”.