Madurando en la Gracia de Dios

David Wilkerson (1931-2011)

Nuestro crecimiento en la gracia puede ser explosivo si estamos dispuestos a trabajar en la verdadera edificación. “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:29-30). La raíz de la palabra “edificación”, que Pablo usa aquí, significa: "constructor de casas". Esa palabra, a su vez, proviene de una palabra raíz que significa "edificar". En resumen, todo el que edifica está edificando la casa de Dios, la iglesia.

Pablo nos está diciendo tres cosas importantes sobre las palabras que hablamos.

  1. 1. Debemos usar nuestras palabras para edificar al pueblo de Dios.

  2. 2. Debemos usar nuestras palabras para ministrar gracia a los demás.

  3. 3. Es posible entristecer al Espíritu Santo con nuestras palabras.

Siento una profunda convicción al leer las historias de vida de algunos de los gigantes espirituales del pasado. Estos hombres y mujeres piadosos tenían una mentalidad celestial, eran estudiosos de la Palabra de Dios, oraban con frecuencia y se preocupaban por crecer en la gracia. Lo que más me sorprende de la vida de estas personas no es su devoción a Cristo ni la intensidad de sus oraciones. Es el fruto piadoso que estas cosas produjeron en ellos.

Además, descubrí un hilo conductor entre estos gigantes espirituales: su principal preocupación era crecer en la gracia de un corazón puro, del cual fluiría la conversación santa. Cristo advirtió a sus oyentes: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas” (Mateo 12:34-35).

Crezco en la gracia cuando elijo vivir para los demás y no para mí. Ese crecimiento en la gracia debe comenzar en mi hogar mostrando a mi cónyuge y a mis hijos una semejanza a Cristo cada vez mayor. Mi hogar debe convertirse en un campo de pruebas donde todos los problemas, todos los malentendidos sean superados por mi voluntad de renunciar a "mis intentos de tener siempre la razón".

No tener siempre la "razón" me ha ayudado a disfrutar del poder de la gracia de Dios como nunca antes. Todas las discusiones, todos los “tengo razón” se desvanecen cuando buscamos edificarnos unos a otros en lugar de tratar de ganar una disputa tonta.

Querido creyente, crezcamos en la gracia.

 
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