Movido por Compasión
La compasión no es sólo piedad o simpatía. Es más que conmoverse hasta las lágrimas o emocionarse. La compasión es misericordia acompañada de un deseo de cambiar las cosas. La verdadera compasión nos mueve a hacer algo.
Mientras Jesús ministraba, se fue al desierto a orar. Cuando la multitud descubrió su paradero, lo siguió a pie y le trajo a sus cojos, ciegos, moribundos y endemoniados. La Escritura nos dice: “Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mateo 14:14).
Si nuestro modo de pensar moderno hubiera influido a Jesús, tal vez habría hecho una junta de discípulos para analizar los problemas y hablar sobre los pecados que llevaron a la sociedad a esa situación. Tal vez habría señalado a los endemoniados furiosos y dicho entre lágrimas: “Miren lo que el pecado le hace a la gente. ¿No es trágico?”.
Tal vez habría dicho: “Mira, yo siento tu dolor, pero he trabajado duro para atenderte y ahora estoy exhausto. Necesito hablar con mi Padre. Más tarde, llamaré a mis discípulos para una reunión de oración y oraremos por tus necesidades. Ahora, ve en paz”. Esa es la teología moderna en pocas palabras. Todos están dispuestos a orar, pero pocos están dispuestos a actuar.
Mateo 9 dice de Jesús: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36). La frase “tuvo compasión” significa que se sintió impulsado a actuar. Entonces, ¿qué hizo Jesús? No se limitó a hablar. Lo que vio conmovió su corazón y sintió un deseo intenso de cambiar las cosas. Sus sentimientos de piedad y simpatía lo impulsaron a actuar.
“Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35).
No se trataba de una teología vana. Jesús no se limitó a quedarse a solas con el Padre y decirle: “Señor, envía obreros a tu mies”. No, Jesús mismo fue. Se involucró de manera profunda, práctica e íntima y recordó a sus discípulos: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:37-38).