No Sólo Alejarnos del Mal
Si no tenemos cuidado, podemos aprender a vivir con cosas que no son buenas para nosotros. Tal vez sea incluso un patrón de pecado que hemos seguido durante 10 ó 15 años. Nos decimos a nosotros mismos: “Así es como son las cosas”.
Podríamos estar atrapados en una falta de hambre de celo por la Palabra de Dios, en una falta de pasión por las cosas de Dios, en una falta de entusiasmo en nuestros corazones. Podemos alejarnos de esas cosas.
Tornarnos de ello es muy bueno. Quita cosas de nuestros corazones que no pertenecen allí. Sin embargo, si nos detenemos ahí, dejaremos un vacío en esos espacios. Jesús contó una parábola sobre esto, diciendo: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero” (Mateo 12:43-45).
No basta con alejarnos de las cosas muertas en nuestras vidas. Cuando nos volvemos, Dios quiere que nos alejemos del mal, pero también quiere que nos volvamos hacia él. El Espíritu Santo no se trata sólo de quitarnos las cosas malas y luego dejarnos vacíos. Él quiere que nos alejemos de los ídolos, pero también quiere que nos volvamos hacia algo mejor.
Si estamos dispuestos a detenernos y escuchar, podemos escuchar a Dios decir: “Quiero cambiar algo en ti. Hará que tu alma abandone la tibieza que proviene del alejamiento del primer amor. Pondrá fuego y viento frescos en tu espíritu”.
Podemos responder: “Dios, haz una obra en mi corazón. Aviva y despierta mi alma dentro de mí. No permitas que siga estancado en los mismos patrones de pecado, vagando por la vida, perdiendo tus dones y planes para mí”. Él hará que un nuevo hambre y pasión se agite en nuestro corazón para que no perdamos su presencia en nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestro trabajo. Así comienza un mover de Dios. Él transformará nuestras iglesias y comunidades, pero primero comienza por transformar los corazones individuales.