Nuestra Paz y Fortaleza
En Apocalipsis, Jesús le dijo a la iglesia en Filadelfia: “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Apocalipsis 3:8).
¿Cuántos de ustedes sienten que dan y dan, comparten y comparten? Probablemente haya gente que acuda a ti hora tras hora, llamada telefónica tras llamada telefónica. Tal vez llega al punto en el que sientes que tus fuerzas se han ido y tienes poco poder para dar algo más.
Cuando llegas al límite de tu fuerza, quizás te dices a ti mismo: “¿Quién me da a mí?”
Como en su carta a la iglesia de Filadelfia, Jesús responde: “Yo os daré. Ven a mí y pasa tiempo conmigo sólo para estar conmigo”. Su corazón en esta carta me recordó cuando mi hijo mayor era muy pequeño. Estábamos caminando por la ciudad de Nueva York y había mucho ruido allí, con autos, bocinas y sirenas. De pronto, él tiró de mi mano. Me agaché para que pudiera acercar su boca a mi oreja.
Pensé que podría tener una pregunta o una inquietud. En cambio, me dijo al oído: “Gracias, papá. Me das ropa y juguetes. Pero quería decirte, papá, que te amo solo por quién eres”.
Hace unos días se lo hice recordar a mi hijo, ahora un hombre adulto. Ambos apenas conteníamos las lágrimas. Él había olvidado que había dicho eso, pero yo nunca lo olvidé. Así debería ser nuestro corazón por Jesús. Ese es el corazón que él anhela que tengamos. Cuando nos proponemos pasar tiempo con Jesús solo por quién es él, él restaurará nuestras fuerzas y nos abrirá puertas que nadie podrá cerrar.
Jesús prometió a sus discípulos y a los que vendríamos siglos después: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Cuando estés cansado, tira del brazo de Jesús y dile que lo amas. Pasa tiempo en su presencia y él te dará paz y fortaleza.