Nuestro Abogado Para con el Padre
Declarar el poder que está en el nombre de Cristo no es una verdad teológica complicada y oculta. Hay libros en mi biblioteca que están escritos únicamente sobre el tema del nombre de Jesús. Los autores los escribieron para ayudar a los creyentes a comprender las profundas implicaciones que se esconden en el nombre de Cristo, pero la mayoría de estos libros son tan "profundos" que pasan por encima de los lectores.
Yo creo que la verdad que debemos saber sobre el nombre de Jesús es lo suficientemente simple como para que un niño pueda entenderla. Cuando hacemos nuestras peticiones en el nombre de Jesús, debemos estar completamente persuadidos de que es igual al mismo Jesús pidiendo al Padre.
¿Cómo puede esto ser verdad? Déjame explicar.
Sabemos que Dios amó a su Hijo. Él hablaba con Jesús y le enseñaba durante su tiempo en la tierra. Dios no solo oía, sino que respondía a cada petición que hacía su Hijo. Jesús testificó de esto, diciendo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes” (Juan 11:41-42). En resumen, el Padre nunca negó a su Hijo ninguna petición.
Hoy, todos los que creen en Jesús están revestidos de su carácter de hijo. El Padre celestial nos recibe tan íntimamente como recibe a su propio Hijo. ¿Por qué? Es por nuestra unión espiritual con Cristo. Mediante su crucifixión y resurrección, Jesús nos ha hecho uno con el Padre. “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21).
En pocas palabras, ahora somos una familia, uno con el Padre y uno con el Hijo. Hemos sido adoptados con todos los derechos de herencia que posee cualquier niño. Esto significa que todo el poder y los recursos del cielo están disponibles para nosotros a través de Cristo.
Orar “en el nombre de Jesús” no es una fórmula. No es la frase la que tiene poder solo por pronunciarla. El poder está en creer que Jesús toma nuestra causa y la trae al Padre por sus propios méritos. Él es nuestro abogado; él está haciendo las peticiones por nosotros. El poder está en confiar plenamente en que Dios nunca le niega a su propio Hijo y que somos los beneficiarios de la plena fidelidad del Padre a su Hijo.