Obedeciendo la Voz del Señor
Si quieres dirección, si crees que estás listo para hacer lo que él te pida, entonces déjame hacerte una pregunta importante. ¿Estás listo para una palabra inquietante, una misión de dificultades y rechazo, una vida de fe sin consuelos garantizados excepto los del Espíritu Santo?
¡Eso es exactamente lo que le pasó a Isaías! El profeta se ofreció a decir: “¡Envíame, Señor!”, y Dios lo envió a una misión dura y difícil.
“Y dijo: Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad” (Isaías 6:9-10).
La palabra que oyó Isaías no fue halagadora. Al contrario, lo haría odiado e impopular. El Señor le dijo: “Ve y endurece a los que no quieren oírme hablar. Cierra sus ojos y oídos; ¡Terminad el endurecimiento de sus corazones!”
Si quieres conocer la voz de Dios, debes estar dispuesto a escuchar todo lo que dice. Dios nunca dirá: “¡Ve!” hasta que pregunta por primera vez: “¿Quién irá?” Él viene a ti y te pregunta: “¿Estás dispuesto a hacer cualquier cosa que te diga y hacerlo a mi manera? ¿Estás dispuesto a dar tu vida?
Cuando yo oré pidiendo dirección hace años, el Señor me dijo claramente: “Vuelve a Nueva York”. Esa fue una palabra muy incómoda para mí. Estaba listo para jubilarme. Había planeado escribir libros y predicar en lugares seleccionados. Pensé: “Señor, ya pasé mis mejores años allí. ¡Dáme un respiro!”
Sí, queremos oír la voz de Dios, pero queremos oírla cómodamente. No queremos que nos sacuda. Sin embargo, ¿por qué Dios debería darnos su voz de dirección si no está seguro de que le obedeceremos?
Abraham aprendió a escuchar la voz de Dios obedeciendo primero lo que escuchó, en el momento en que lo escuchó. La palabra de Dios para él fue sacrificar a su hijo Isaac (ver Génesis 22:2). Abraham actuó según esa palabra y su obediencia se convirtió en un aroma fragante que tocó al mundo entero: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, porque obedeciste a mi voz” (Génesis 22:18).