Orando hasta el Final del Dolor
“Orar hasta el final” es un término acuñado por los primeros pentecostales. Para algunos, significaba simplemente permanecer de rodillas hasta tener la seguridad de tener una respuesta de Dios. Para otros, significaba volver continuamente al Señor hasta tener la respuesta a la mano. A esto también se le llamó “perseverar en la oración”.
Cuando era niño, en aquellos primeros campamentos, oía a personas testificar: “¡Voy a agarrarme de los cuernos del altar y no los soltaré hasta que Dios responda!” Sin embargo, no creo que ese sea el verdadero significado de “orar hasta el final”.
Puedes estar encerrado con el Señor, deleitándote en su presencia. Puedes pasar horas de calidad, incluso días, con él, disfrutando de la dulce comunión. Puedes tener todas tus necesidades satisfechas y tu corazón puede estar totalmente satisfecho. Su presencia puede sanarte, elevarte, empoderarte y fortalecerte.
¿Qué sucede cuando dejas ese lugar sagrado de comunión íntima? Puede que te levantes de tus rodillas sólo para regresar a una situación aplastante que no ha cambiado. Puedes ver al diablo esperándote allí, listo para arrojarte los mismos problemas y vacíos. ¿De qué sirve conseguir la gloria en la montaña si no te ayudará a superar la batalla?
Yo creo que “orar hasta el final” significa simplemente esto: La fuerza, el poder y el aliento que recibes del Señor mientras estás encerrado con él deben ayudarte a superar las pruebas que te esperan. La victoria que consigas en el lugar secreto tiene que darte la victoria en el campo de batalla.
¿Qué obtienes exactamente de tu tiempo de oración sino algo que te puede ayudar a superar la batalla? “Orar hasta el final” significa esperar la finalización total de tu oración. Muchos cristianos ven sólo oraciones a medias contestadas porque no permiten que lo que recibieron del Señor en oración los ayude a superar su prueba.
Amado, la oración no termina hasta que te lleva al otro lado de tu prueba. No hemos “orado hasta el final” hasta que lo hayamos “vivido” en nuestras pruebas por la fuerza que recibimos en la presencia de Dios.