Oyendo Hoy Su Voz
Millones se han convertido porque un hombre esperó hasta oír la voz de Dios. Pedro permitió que la voz del Salvador llegara a él. “Pedro subió a la azotea para orar… Y le vino una voz” (Hechos 10:9, 13).
Toda la raza gentil fue bienvenida en el reino, junto con la casa de Cornelio, porque un hombre obedeció una voz. Estamos viviendo en los mismos tiempos del Nuevo Testamento como Pablo y Pedro, y nosotros también debemos permitir que su voz llegue a nosotros. Sin embargo, en lugar de esperar que su voz llegue a nosotros, corremos a consejeros y psicólogos cristianos, leemos libros y escuchamos audios. Buscamos una palabra clara de dirección para nuestras vidas y queremos que los pastores nos digan lo que está bien y lo que está mal. Deseamos un líder para seguirlo, un diagrama para el futuro.
Pocos saben cómo ir al Señor y oír su voz. Sin embargo, los escritores de las Escrituras nos advierten, diciendo: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo” (Hebreos 12:25-26).
Dios ha prometido: “Una vez más mi voz será oída. Los que oigan, harán temblar la tierra, y el cielo y la tierra se estremecerán. Al oír mi voz, todo lo que fuere desatado en la tierra será desatado en el cielo”.
A la última iglesia, la iglesia de Laodicea, el Señor clama: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Nuestro Salvador nos está diciendo: “Estoy pidiendo ser escuchado. Abre. Déjame entrar en tu lugar secreto. Déjame hablar contigo, y tú hablar conmigo. Tengamos comunión. Así los guardaré de la hora de la tentación que viene sobre el mundo entero”.