Oyendo la Voz Más Importante

Tim Dilena

Un bautismo en agua anuncia a todos a quién estás siguiendo, pero no te hace cristiano más de lo que un anillo de bodas en tu dedo te hace casado. El anillo es un símbolo, y el bautismo es un símbolo. Hacer que sea algo más que un símbolo es peligroso, pero es un segundo paso importante en nuestro viaje de fe.

La Santa Cena y el Bautismo en agua son minidramas de salvación que utilizan accesorios como el agua, el pan y el vino. Son momentos sagrados para que Dios nos hable. Eso es lo que le pasó a Jesús. “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:16-17).

Vivimos en un mundo lleno de voces que nos gritan: “¡No eres lo suficientemente bueno! ¡No eres lo suficientemente delgado! ¡No ganas suficiente dinero! ¡No estás casado! ¡No tienes hijos!” Esas voces te etiquetan sobre lo que no eres.

Hoy, la mayor tentación es buscar una identidad alternativa a la que Dios nos creó para ser. Lo vemos en las formas en que respondemos a la pregunta: "¿Quién soy?"

“Soy lo que hago; mi trabajo y mi carrera me definen”. Cuando envejeces y ya no puedes hacer un trabajo y te jubilas, entonces pierdes tu identidad.

“Soy lo que los demás dicen de mí. Las palabras de la gente sobre mí tienen poder, especialmente dependiendo de quién esté hablando de mí”. Eres bueno cuando se habla bien de ti, pero pierdes tu identidad cuando es algo negativo.

“Soy lo que tengo. Tengo título, salud, buenos padres, buenos hijos, buen salario y seguridad”. Cuando pierdes cualquiera de esas cosas, pierdes tu identidad.

Necesitamos escuchar y oír la voz que Jesús oyó en su bautismo. Como escribe Steven Furtick: “La voz en la que crees determinará el futuro que experimentas”. La voz de Dios es donde verdaderamente se encuentra nuestra identidad y la búsqueda acaba. Proverbios nos dice: “Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3: 6), porque tú eres su amado.