Pan de Fuerza
Durante los años en la ciudad de Nueva York cuando trabajábamos con adictos, alcohólicos y personas sin hogar, yo oraba: “Señor, dondequiera que miro, veo dolor, angustia, pena y problemas. ¿Qué mensaje puedo dar a aquellos que se encuentran en una necesidad tan extrema? ¿Cuál es tu palabra para ellos? Seguramente te preocupas por estas preciosas personas. Seguramente anhelas traerles una palabra que pueda liberarlos”.
El Señor me dio la seguridad de que él ha provisto una manera de fortalecer a cada uno de sus hijos para resistir al enemigo. Esta fuerza viene solo de comer el pan de vida enviado del cielo. Nuestra salud espiritual depende de que este pan entre en nosotros.
Escucha atentamente las palabras de Jesús: “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, así el que me come, él también vivirá por mí” (Juan 6:57). Jesús estaba en una comunión tan cercana con el Padre y estaba tan comprometido a hacer solo su voluntad que las palabras del Padre se convirtieron en su comida y bebida. Jesús se sustentaba diariamente en el oír y ver lo que el Padre quería, que era el resultado de pasar mucho tiempo a solas con él.
Cristo dijo a sus discípulos: “Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis …Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:32, 34). También les instruyó: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a este señaló Dios el Padre” (Juan 6:27). No nos atrevemos a perdernos este secreto de fuerza. Así como Cristo vivió por el Padre, nosotros también debemos recibir nuestra vida alimentándonos de Cristo.
Cuando los hijos de Israel estaban en el desierto, el maná que los sustentaba se daba diariamente. A través de este ejemplo, Dios nos está diciendo que lo que comimos de Cristo ayer no suplirá nuestra necesidad de hoy. Debemos admitir que nos moriremos de hambre espiritualmente y nos volveremos débiles e indefensos sin un sustento diario de pan celestial fresco. Debemos venir a la mesa del Señor a menudo.