¡Recibe las Promesas del Señor!
Dios nos ha dado muchas promesas maravillosas de que él quebrantará todas las ataduras del pecado, nos dará poder para vencer todo dominio del pecado, nos dará un corazón nuevo, nos limpiará y santificará y, finalmente, nos hará conforme a la imagen misma de Cristo. Su Palabra nos asegura: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Corintios 5:17-18).
Dios hace todas estas cosas por nosotros solo en su tiempo, de acuerdo con su calendario divino. Él no tiene plazos presionándolo. Él ignora todas las demandas de un remedio instantáneo. En resumen, la verdadera fe de nuestra parte, exige que esperemos con paciencia en nuestro Señor. Nuestra respuesta a él debe ser: “Señor, yo creo que eres fiel a tu Palabra. Por el poder de tu Espíritu dentro de mí, voy a esperar pacientemente hasta que hagas que estas cosas sucedan en mi vida. Mi tarea es permanecer en la fe, esperando en ti”.
Puedes soportar terribles pruebas y tentaciones. Es posible que escuches horrendas mentiras susurradas por Satanás. A veces, puedes fallar. De hecho, te llegarás a preguntar si alguna vez alcanzarás la meta. Mientras soportas todas estas aflicciones, simplemente debes aferrarte a la fe con paciencia y confiar en que Dios está obrando. Si crees que él es fiel a su Palabra y está siendo tu Jehová Tsidkenu, él te verá como un hijo fiel. Él ha jurado con juramento: “Por la fe, recibirás la promesa”.
La Biblia no podría dejar esto más claro. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
En pocas palabras, la incredulidad es dudar de que Dios hará lo que promete. Debemos creer en las promesas de Dios, estando plenamente persuadidos de que él cumplirá su Palabra. “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos” (Judas 1:24-25).