Rechazando la Cueva de Ladrones

David Wilkerson (1931-2011)

Jesús subió a Jerusalén en la Pascua y entró en el templo (ver Juan 2:13-17). Lo que vio lo horrorizó. ¡Los mercaderes se habían apoderado de la casa de Dios! Él vino buscando una casa de oración y lo que encontró fue una preocupación por la promoción, exhibición y venta de mercancías religiosas. Los líderes religiosos estaban contando sus ganancias. Los hombres de Dios se habían convertido en vendedores ambulantes de mercancías religiosas, corriendo de un lado a otro promocionando sus bienes.

Se habían puesto mesas por doquier en la casa de Dios para promocionar y vender ovejas, bueyes, palomas, dulces, incienso y otras mercaderías con fines religiosos. Las manos de los cambistas hacían el ruido más fuerte de la casa, dinero que se estaba haciendo en nombre de Dios y la religión.

¿Qué terrible dolor hizo que el corazón compasivo de nuestro Señor hierva con santa ira? Su gran sufrimiento hizo que su espíritu manso se enfureciera con indignación justa. ¿Puedes imaginar ese momento? Con un látigo en la mano, nuestro Señor irrumpió en el templo y comenzó a agitarse en todas direcciones, volcando las mesas llenas de mercancías. Dispersó a los promotores y vendedores ambulantes.

"¡Afuera!" tronó él. “Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado” (Juan 2:16). Probablemente fue una de las experiencias más dolorosas de todo su ministerio, pero no podía quedarse de brazos cruzados y permitir que la casa de su Padre se convirtiera en una cueva de ladrones religiosos.

¿Estamos dispuestos a tener comunión hoy con Cristo en este aspecto de sus sufrimientos? ¿Compartimos su dolor al ver que la casa de Dios una vez más se ha entregado a los comerciantes? ¿Estamos indignados por la horrible comercialización del evangelio? ¿Sentimos su ira contra la charlatanería espiritual lo suficiente como para retirarnos de todas esas actividades? ¿Sentimos su dolor lo suficiente como para renunciar a los ministerios que fabrican mercancías solo por ganar dinero?

¿Podemos compartir su sufrimiento en este punto lo suficiente como para oponernos a aquellos que convertirían la casa de Dios en un teatro o centro de entretenimiento para promotores? ¿Podemos afligirnos por toda la especulación en el nombre de Jesús? ¿Podemos quitar la vista del dinero y volver a la cruz?