Rendición que Conduce al Triunfo
Una iglesia triunfante se está levantando hoy, saliendo de grandes pruebas de fe. Esta iglesia de los últimos días está saliendo de largos días de aflicción y adversidad. El Espíritu Santo está obrando sacando a su pueblo de la confianza en sí mismo para que él pueda mostrarse fuerte.
Incluso si has estado caminando con Jesús durante años, es posible que hoy estés enfrentando un momento de prueba severa en tu vida. Las cosas que te vienen a ti parecen abrumadoras, cosas sobre las que solo Dios puede hacer algo, y te das cuenta de que solo él puede ayudarte. Aquí es exactamente donde Dios te quiere y donde encontrarás la paz. Eres más fuerte cuando dejas que él tome el control.
Podemos regocijarnos sabiendo que Dios está entrenando y equipando a personas en todas partes para que sean defensores de la fe. Él necesita personas como tú y yo que nos hemos rendido por completo a él. Él está llamando a personas que son osadas en la fuerza del Señor y que se mantendrán firmes en la justicia.
Como profetizó la Biblia, naciones luchan contra naciones. Muchos incluso tienen facciones dentro de sus fronteras que han estado en guerra continuamente durante años, destruyendo la moral y la esperanza de la gente. En muchos países, el pueblo de Dios está experimentando sufrimiento, aflicciones y torturas. Estoy seguro de que hay un propósito eterno divino en la intensidad de estas batallas espirituales y físicas que ahora está soportando el cuerpo de Cristo, pero este pueblo necesita nuestras oraciones. Necesitan que clamemos a Dios para que él los rescate del enemigo.
Dios irá a la guerra por nosotros, pero él no usa la guerra convencional. Nunca ha establecido ejércitos de guerreros vengativos y llenos de odio, y nunca ha usado armas carnales. En lugar de ello, él derriba fortalezas con su poderosa longanimidad y tiernas misericordias. Su plan de batalla es simple. Él gana corazones y mentes con amor tierno y misericordioso.
Cuando asaltemos el cielo para ser librados del peligro, ¡él responderá! Entonces podemos pararnos juntos y decir: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3).