Rendición Total a Dios
Dios nos ha revelado un camino seguro para llegar a ser santos y perfectos ante sus ojos, por el cual todos sus hijos pueden vivir en absoluta paz y gozo, sabiendo que Dios los ve como puros.
“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:21-24).
¡Todo esto es un regalo gratuito! Su don de santidad nunca será una recompensa por algo de lo que hayamos hecho. Es un favor inmerecido. “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:4-5).
La sumisión es el único camino hacia la santidad de Dios, sometiéndonos a la justicia de Cristo a través de la fe. Someterse significa “rendir el poder de tu voluntad”. Con Dios no existe tal cosa como la fuerza de voluntad; todo el poder es de él, y él no permitirá otro poder fuera del suyo propio. Dios demanda santidad absoluta para que nosotros seamos humillados por este requerimiento. Él vela por nuestras luchas para ser santos con paciencia, esperando que fracasemos tan miserablemente que corramos hacia su trono, caigamos de rodillas y clamemos: “¡Es inútil! Soy débil, sensual, pecador. No tengo nada bueno en mí en absoluto”. El tipo de arrepentimiento que Dios busca es la confesión de nuestros esfuerzos vanos.
Nunca podrás ser revestido de la santidad de Cristo hasta caer sobre tu rostro ante el trono de Dios. Debes admitir de una vez por todas que no tienes nada que ofrecer al Señor sino un trozo de arcilla triturado. Debes recibir la santidad como un regalo.
El regalo más grande que le puedes dar a Dios es tu fe en que él te dará su santidad. Nos regocijaremos entonces como Isaías, que dijo: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia” (Isaías 61:10).