Sanidad para las Heridas Ocultas
Es interesante que cada pecado en la Biblia es un pecado relacional, incluso los Diez Mandamientos. Los primeros cuatro tratan de nuestra relación con Dios: "No tengas dioses ajenos delante de mí. No tomes mi nombre en vano". Los otros seis abordan nuestras relaciones con otras personas. A lo largo de las Escrituras, todos los pecados que se mencionan (codicia, orgullo, lujuria, ira, contienda) son relacionales.
Cuando no entendemos ni seguimos las formas en que Dios quiere que veamos nuestras relaciones con él y con los demás, sabemos que falta algo. Hay un vacío, una separación de Dios, porque el pecado está siguiendo nuestras propias ideas y no su plan.
Parece que siempre medimos el logro por circunstancias externas. Si nuestras vidas no están a la altura de esas expectativas, y casi siempre es así, sentimos ese vacío. Para algunos, la vida puede ser especialmente traumática. Una persona puede haber venido de una situación abusiva en la infancia, o haber experimentado un divorcio o una adicción. De donde sea que venga esa desilusión con la vida, la sentimos profundamente en nuestro núcleo. Digamos que alguien crece sin la sensación de ser amado. Su padre nunca les dijo: “Te amo”, y nunca los cargaron ni los abrazaron. Sienten ese dolor y anhelo constantes.
Para algunos, la medida puede ser el dinero o la admiración. "Una vez que gane mi primer millón, o llegue a este puesto en la escalera corporativa, todos me amarán". Un hombre que se siente inseguro acerca de su masculinidad puede perseguir mujeres, si no funciona, nos sentimos como un fracaso.
Este es el problema. De ese dolor surge la sensación de que algo anda mal con nosotros. “Estoy incompleto. Soy defectuoso porque…” Empezamos a culparnos a nosotros mismos. Decimos: “La razón por la que mi padre me rechazó, o mi madre me dejó, o mi matrimonio se vino abajo, es que soy insignificante, indigno, desagradable. No soy lo suficientemente sabio. No soy lo suficientemente guapo”.
Construimos lo que yo llamo construcciones falsas. Estamos construyendo toda nuestra vida a partir de nuestras heridas. Podrías llamarlo "hablar por la herida". Nuestras heridas tienen una voz subconsciente y nos dicen: "Ve a buscar esto, a buscar aquello". Es muy sutil pero muy poderoso. El plan de Dios es que midamos nuestro valor por su amor y gracia. Él pagó el precio máximo para silenciar esa voz herida, borrar nuestro pasado a través del perdón y redimirnos a la plenitud en él. Su voz es la única que importa.