Sed Santos
Tres meses después de que Israel salió de Egipto, llegaron a la base del monte Sinaí y establecieron un campamento. Moisés subió a la montaña escarpada para tener comunión con el Señor y Dios lo llamó diciendo: “Voy a venir a ti en forma de nube oscura para que la gente pueda oír cuando te hablo. Entonces ellos siempre te creerán. Baja y prepáralos para mi visita. Santifícalos”.
En la mañana del tercer día, una impresionante tormenta de truenos y relámpagos descendió sobre el Monte Sinaí. Mientras una nube cubría el monte y Jehová descendía en fuego, la tierra temblaba con un fuerte terremoto. Una trompeta sonó alto y largo, Moisés habló y Dios respondió. Su mensaje ese día a Moisés y a los hijos de Israel fue claro: “vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa…” (Éxodo 19:6).
Tal como lo hizo ese día en el Monte Sinaí, Dios prometió hablar una vez más. Una profecía registrada en Hebreos dice: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo” (Hebreos 12:25-26). Hoy Dios está hablando desde el cielo con el mismo mensaje poderoso que pronunció en los días de Moisés: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo…” (1 Pedro 1:15-16).
¿Cómo nos mantenemos santos en esta era inicua? ¿Quién puede evitar ser contaminado por todo ello? Nadie, es decir, en su propia fuerza. Sólo Dios tiene el poder de santificarnos, de presentarnos a sí mismo como un pueblo santo, sin mancha ni arruga. ¡El Dios que nos da su santidad tiene el poder de mantenernos en ella! El lugar más seguro de la tierra es al pie de la cruz, humillados ante su trono. ¡Cuanto más inicuos sean los tiempos, más necesitamos permanecer rendidos a él!