Tenemos Acceso Total

David Wilkerson (1931-2011)

Cada cuatro años, en enero, Estados Unidos inaugura un presidente para lo que se llama “el cargo más poderoso del mundo”. Su firma convierte los proyectos de ley en ley. Él comanda el ejército más poderoso del mundo. Puede simplemente presionar un botón y traer destrucción a las naciones. ¡El poder que tiene no es nada comparado con el poder que Jesús nos ha dado a ti y a mí!

Tenemos acceso absoluto a la presencia misma del Dios vivo. “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo… acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe” (Hebreos 10:19-22).

Ese acceso se produjo sólo después de que Jesús fue crucificado, muerto y resucitado. Llegó en el momento en que el velo del templo se rasgó en dos. Cuando eso sucedió, significó que el hombre podía entrar y Dios saldría. ¡Ahora podríamos encontrarnos con él cara a cara!

La palabra “libertad” en este versículo significa “con publicidad abierta y sin disimulo”. Amados, esa “publicidad” es por causa del diablo. Significa que podemos decirle a cada demonio: "Tengo derecho, por la sangre de Jesucristo, a entrar en la presencia de Dios y hablar con él y él conmigo".

¿Crees que Dios está dispuesto a salir a tu encuentro? Acerquémonos a él con el corazón lleno de la certeza de la fe. No venimos por la sangre de animales sino por la sangre de nuestro Señor Jesús. “No por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:12-14).

Nada emociona más el corazón de Dios que cuando sus hijos acuden a él con libertad, sin timidez. Él quiere que vayamos diciendo: “Tengo derecho a estar aquí. Aunque mi corazón me condene, ¡Dios es mayor que mi corazón! (ver 1 Juan 3:20).

 
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