Un Clamor del Corazón

David Wilkerson (1931-2011)

El amor misericordioso de Dios se revela siempre en respuesta a un clamor del corazón. La Biblia tiene mucho que decir sobre ese humilde clamor de liberación. “En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios. Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos” (Salmos 18:6). “Muchas veces los libró; mas ellos se rebelaron contra su consejo, y fueron humillados por su maldad. Con todo, él miraba cuando estaban en angustia, y oía su clamor” (Salmos 106:43-44).

¡Un clamor a Dios siempre será respondido! Nadie es demasiado malvado o desesperanzado si se acerca a él con humildad. La historia del rey Manasés, uno de los reyes más malvados de Israel, lo demuestra.

“Levantó altares a Baal e hizo una imagen de madera… hizo pasar a su hijo por el fuego, practicó la adivinación, usó la brujería y consultó a espiritistas y médiums. E hizo mucho mal ante los ojos del Señor, para provocarlo a ira” (ver 2 Reyes 21:2-6).

“Manasés, pues, hizo extraviarse a Judá y a los moradores de Jerusalén, para hacer más mal que las naciones que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel” (2 Crónicas 33:9).

¿Hay esperanza para alguien tan alejado de Dios, tan poseído por el mal y la oscuridad? ¡Sí! Manasés terminó prisionero en una nación extranjera, atado con cadenas. En su aflicción clamó y Dios lo oyó, lo perdonó y lo restauró.

“Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo restauró a Jerusalén, a su reino. Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios… Asimismo quitó los dioses ajenos, y el ídolo de la casa de Jehová, y todos los altares que había edificado en el monte de la casa de Jehová y en Jerusalén, y los echó fuera de la ciudad” (2 Crónicas 33:12-13,15).

Esta palabra de esperanza, perdón, misericordia, amor y restauración es para ti. ¡Escucha la Palabra de Dios, arrepiéntete, luego sé sano y camina con él! No hay pecado que no pueda ser perdonado cuando lo pedimos. Nunca estamos demasiado caídos para ser sanados y restaurados.