Un Creciente Derramamiento
En los últimos días, la iglesia de Jesucristo será más gloriosa y victoriosa que en toda su historia. El verdadero cuerpo del Señor no se debilitará ni chisporroteará. No, su iglesia se mostrará en un resplandor de poder y gloria; y disfrutará de la más completa revelación de Jesús que nadie haya conocido.
Se está levantando un cuerpo de creyentes que nadará en las aguas crecientes de la presencia del Señor. Esto es lo que Dios nos muestra en la visión del profeta Ezequiel de las aguas crecientes (ver Ezequiel 47:3–4). En los últimos días, habrá un aumento de la presencia de Dios entre su pueblo. Este creciente flujo de agua es la imagen de Pentecostés cuando el Espíritu Santo fue dado a los discípulos. Junto con este don del Espíritu, a los seguidores de Cristo se les dio la promesa de que él sería un río de vida que brotaría dentro de ellos y ese río fluiría hacia todo el mundo (ver Juan 7:38–39).
El río de vida crecerá justo antes de la venida del Señor. Esto está predicho en la visión que se le dio a Ezequiel. En esa visión, el Señor llevaba una vara de medir y caminaba 1000 codos, aproximadamente medio kilómetro. A esa distancia, el Señor y Ezequiel comenzaron a caminar en el agua, que en este punto llegaba a la altura de los tobillos. El Señor siguió instando al profeta a que entrara más y más en el agua. Después de otros mil codos, el agua les llegó a las rodillas. Ezequiel dice que cuando se acercó al borde de esta medida, el agua era demasiado profunda para él, demasiado abrumadora. ¡Solo puedo imaginar la impresión de este hombre! Él solo podía ver en visión lo que nosotros disfrutamos hoy.
Quizás hayas experimentado la presencia de Jesús en abundancia. Puede que te emocione tu actual revelación de él. Sin embargo, te digo que no han visto nada en comparación con el incremento que llegará a los justos. Cristo nos abrirá los ojos y aparecerá maravillosamente en medio de nosotros.
El Espíritu nos revelará a Jesús, derramando sobre nosotros tanto de su vida como podamos soportar sin estar ya en cuerpos glorificados. ¡Qué magnífica promesa!