Una Fe Pasiva
Abram fue llamado por Dios a dejar su hogar, su tierra, su padre, su madre, su crianza, su herencia. Lo dejó todo y se fue a una tierra guiado por Dios (ver Génesis 12).
¡Qué fe! Se necesita una fe asombrosa para dejar todo atrás y responder de inmediato y de todo corazón a la palabra que uno escucha en su corazón, ya sea una voz audible o interior. Sin embargo, Abram así lo hizo y se fue y se llevó consigo a su joven sobrino llamado Lot.
“Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda” (Génesis 13:8-9).
Abram estaba empleando lo que yo llamo una fe pasiva. No me refiero a pasivo en el sentido de "no me importa" o "Que será, será, será lo que habrá de ser ". Sino que este tipo de fe pasiva dice que no vas a actuar por tu cuenta. No vas a intentar que las cosas sucedan por voluntad del hombre. Permitirás que Dios orqueste los acontecimientos de tu vida de tal manera que su plan se cumpla.
Hay momentos en la vida en los que debemos tener ese tipo de fe pasiva, cuando no hay nada más que podamos hacer excepto decir: "Dios, hágase tu voluntad, no la mía".
La fe pasiva mira situaciones que parecen imposibles y dice: “Dios, no sé cómo se resolverá esto. No sé cómo se resolverán en algún momento, algunas de estas dificultades y problemas que estoy enfrentando, pero yo pongo mi confianza en ti”.
Abram tenía la confianza de que Dios estaba velando por sus mejores intereses y que Dios sabía lo que era mejor para él, más que Abram mismo. Abram no sólo descansó en el Señor, sino que confió en que Dios iba a tomar la decisión correcta por él.