Una Invitación al Monte
“Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos” (Mateo 5:1).
Se calcula que esta multitud que siguió a Jesús hasta la cima del monte era de entre 5.000 y 10.000 personas. Los versículos anteriores describen qué tipo de personas lo siguieron: “Le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán” (Mateo 4:24-25).
Jesús subió al monte rodeado de una multitud. Los que lo seguían eran paralíticos y enfermos. Muchos sufrían gran dolor y otros estaban poseídos por demonios. Era una multitud loca y diversa. La gente venía de Judea y Samaria, de Galilea, de Siria, del otro lado del río Jordán y del otro lado del Mar Muerto. Eran extranjeros, muchos de los cuales no se llevaban bien entre sí.
En lugar de dirigirlos con una agenda religiosa determinada, Jesús les enseñó: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3-10).
Muchas veces leemos las enseñanzas de las bienaventuranzas de Jesús como mandatos a seguir, pero creo que son lo opuesto. Jesús no le está diciendo estas cosas a la multitud para que sean bendecidas. En cambio, está diciendo: “Vengan, ustedes que están quebrantados, abrumados y solos, y aquellos de ustedes que se sienten abrumados y aplastados por el mundo. Los traje a esta hermosa cima de la montaña porque los doy la bienvenida a mi reino”.
Amigo, en el reino de Dios, Jesús dice: “En la condición en la que estás, dolido y herido, te llamo bienaventurado. Eres mi hijo. Eres mi hija”.