Una Religión del Rostro

David Wilkerson (1931-2011)

Cuando permitimos que Jesús sea Señor de todo, cuando echamos sobre Él todas nuestras preocupaciones, confiando plenamente en su Palabra y descansando en su amor, nuestro semblante debe sufrir un cambio profundo. Una tranquila calma debería comenzar a irradiar de nuestro rostro. Las Escrituras nos dan muchos ejemplos de esto: Cuando Ana dejó su carga, “…y no estuvo más triste” (1 Samuel 1:18).

Cuando Esteban se presentó ante hombres hostiles y enojados en el Sanedrín, [ellos] “…vieron su rostro como el rostro de un ángel” (Hechos 6:15). Esteban estuvo entre los incrédulos con el brillo de Jesucristo, y la diferencia fue clara para todos.

Yo estoy convencido de que tenemos el deber de dejar que nuestro rostro hable de la fidelidad de Dios en nuestras vidas. El problema es que nuestros rasgos faciales y nuestro lenguaje corporal a menudo dicen todo lo contrario. Los rostros de muchos creyentes dicen: “Dios me ha fallado. Ya no me importa. Debo llevar todas mis cargas y problemas yo solo, porque Dios no me ayuda”.

Puede que no te digas esas cosas conscientemente, pero se notarán en tu rostro. Quiero mostrarte desde la Palabra de Dios que lo que estás pasando no es nuevo.

Alguien más ha estado exactamente donde tú estás. “Alzaba a él mis manos de noche, sin descanso; mi alma rehusaba consuelo… Me quejaba, y desmayaba mi espíritu… Estaba yo quebrantado, y no hablaba... ¿Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa?... Dije: Enfermedad mía es esta” (Salmos 77:2-10).

Sin embargo, el salmista finalmente sale de su problema y recupera su rostro feliz. ¿Por qué? Es porque dice: “Con mi voz clamé a Dios… al Señor busqué en el día de mi angustia” (Salmos 77:1-2).

Si esto te describe, te ruego que hagas esto: Hoy, este mismo día, reúnete en algún lugar a solas con el Señor y ábrele tu corazón. Dile que ya llegaste al fondo, que no puedes soportarlo más, que estás listo para echarlo todo sobre sus hombros. ¡Hazlo con Dios!

 
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