Verdadera Rectitud

Gary Wilkerson

Todo seguidor de Jesús tiene en su corazón cierto anhelo: un celo apasionado por ser santo ante Dios: libre del pecado, victorioso sobre la carne, puro y sin mancha ante el Señor.

El Espíritu Santo, en efecto, siembra en el corazón de cada ser humano este deseo, un anhelo innato de vivir rectamente. Personas de todas las religiones, e incluso de ninguna, se sienten impulsadas a vivir bien, a hacer lo correcto, a amar a los demás y a ser la mejor persona que puedan ser. Algunos, obviamente, huyen de ese deseo y hacen lo contrario, pero siguen siendo conscientes de un profundo deseo de hacer lo correcto.

Por supuesto, todos nos quedamos cortos en este deseo debido a nuestra naturaleza pecaminosa. Para los incrédulos, el espíritu de este mundo puede oscurecer la mente y hacer que no tengan ningún sentido de rectitud. Para los creyentes, el hecho de no vivir de una manera que honre a Dios puede aplastar el espíritu.

Este deseo de vivir correctamente es lo que subyace al significado de la palabra justicia. Significa estar en una posición correcta ante Dios. Debemos vivir con los motivos, las emociones y la conducta correctos y establecer la alineación correcta con sus propósitos.

Para ser verdaderamente justos, debemos saber qué es y qué no es. ¿Es la justicia la conducta correcta? No, se puede hacer lo correcto teniendo motivos equivocados. Algunos cristianos hacen lo correcto, pero están motivados por un espíritu farisaico. Su conducta externa es correcta, pero por dentro son “huesos de muerto”.

La Biblia describe nuestra justicia en dos palabras: justificación y santificación. Como cristianos, necesitamos ambas en nuestra vida. El primer término indica nuestra posición, o nuestra posición correcta ante Dios. El segundo se refiere a nuestro caminar con Dios y nuestra relación continua con él.

Si no somos justificados, nunca podremos ser justos. Podemos hacer buenas obras y pasar horas en oración, pero estas cosas no nos harán justos. Esto se debe a que la justificación está asociada con hacer que las cosas sean justas. Para que eso suceda, es necesario abordar la ira de Dios contra el pecado. Es necesario pagar una pena por nuestros pecados para que Dios los perdone.

Todos sabemos que Jesús hace este pago (o propiciación) por nuestros pecados. Su sacrificio en la cruz apagó la ira santa de Dios hacia nuestros pecados. ¡Nuestro Salvador ha cumplido todos los requisitos para que seamos aceptados plenamente por el Señor y estemos en una posición correcta ante él de una vez por todas!

 
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