Victoria en los Sufrimientos de Cristo

David Wilkerson (1931-2011)

Cuando yo era un joven ministro en Pensilvania, leí muchos libros sobre la vida de hombres piadosos que habían llevado estilos de vida muy sencillos. Eso me pareció la respuesta a mi deseo de ser usado por Dios. En ese momento, conocí a un ministro que hablaba con gran autoridad y era un verdadero héroe para mí. Llevaba una vida de total sencillez, vivía en una habitación pequeña y tenía solo un par de vestimentas.

Yo pensaba que negarse a uno mismo significaba vivir un estilo de vida espartano. Oré: “Señor, eso es lo que quiero. Podría ser una persona poderosa para ti si desocupo mis armarios y me quedo solo con un poco de ropa. Venderé mi coche y compraré uno más barato. Compraré una casa vieja y poco atractiva. Dejaré de comer bistec y comeré carne de hamburguesa. Podría dar un gran ejemplo al no desear ninguna cosa material de la tierra”. En realidad, estaba diciendo: “Si pudiera sufrir lo suficiente, controlar mi carne y convertirme en un asceta, podría servir al Señor con verdadero poder”.

Poco después, mi héroe comenzó a enseñar doctrinas falsas y muchas vidas fueron destruidas por ello. Fue entonces cuando el Señor me dijo: “La victoria no se trata de eso, David. La victoria no es tuya, es mía”.

Amados, en este preciso momento, Jesús viene a nosotros y nos dice: “Toma mi mano y sígueme en mi muerte, mi sepultura y mi resurrección. Mira la cruz, abrázala y aférrate a mi victoria. Allí es donde se lleva a cabo la crucifixión de la carne”.

Sí, morir en Cristo es un acto de fe. Tenemos que considerarnos muertos al pecado y vivos en Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Pablo dijo: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Filipenses 3:10).

Cuando Pablo dice que quiere conocer a Cristo en el poder de su resurrección y en la comunión de sus padecimientos, se refiere a la resurrección y a los padecimientos de Cristo, no a los suyos ni a los de nadie más. Morir a uno mismo tiene que ver con el sufrimiento de Cristo. ¡Miren la cruz!