Cuando Amas al Pródigo – Parte 1

Gary Wilkerson

Pocas personas hablan del profundo dolor, la ansiedad y la ira que pueden acompañar al amor de un hijo pródigo. Cuando el hijo pródigo bíblico regresó a casa, Dios reconoció la angustia del padre y su abrumador alivio al ver a su hijo errante regresar a casa. Cuidar a una persona descarriada es un viaje salvaje para el alma. En medio de esto, ¿cómo podemos asegurarnos de cuidar también nuestros propios corazones?

La parábola del hijo pródigo en Lucas 15:11-32 a menudo se cuenta como una lección sobre la misericordia, el perdón, los celos o incluso la honestidad. Sin embargo, rara vez prestamos la debida atención a lo que la vida quebrantada del hijo pródigo le costó al padre… el costo mental, espiritual y físico. Sólo aquellos que también han amado a un hijo pródigo pueden dar fe de lo que soportó el padre.

Los años de distanciamiento definen esta historia. El padre, el corazón de la familia, tenía la última palabra, y su propio viaje interior determinaría su destino.

Judy Douglass, autora de Cuando Amas a un Pródigo, pasó por este valle de lágrimas con su propio hijo, Josh. Ella dijo que Dios estaba obrando no sólo en la vida de Josh, sino que descubrió que Dios también estaba enfocado en ella. El viaje iluminó áreas de su carácter que tenían que ser fuertes si su familia iba a sobrevivir y sanar. Hubo tres áreas de transformación que Dios destacó: amor incondicional, gracia y rendición.

El amor incondicional era a menudo escaso porque Josh no podía corresponderle el amor durante años. “Dios me mostró que su amor por nosotros no espera amor a cambio”, dijo. “Yo también debía renunciar a toda expectativa de amor correspondido”. Sus luchas con la gracia y la rendición también fueron feroces. Dios le había dado a este hermoso y destrozado muchacho para amar. Pronto se dio cuenta de que no podía fabricar gracia; esa sanidad vendría sólo cuando la gracia de Dios fluyera a través de ella. Finalmente, al entregar su voluntad y sus propias soluciones a Dios, liberó al Espíritu Santo para que obrara en su familia.

A menudo no vemos mucho valor en los años de desierto; todo lo que sentimos es pérdida y tristeza. Sin embargo, Dios quiere que seamos alentados. La larga y solitaria temporada de forjar una relación profunda con él está sentando una base sólida para tomar decisiones correctas y nuevos comienzos. “Pero cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y tuvo compasión, y corrió, lo abrazó y lo besó” (Lucas 15:20).

 
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