Dios Envió Poder para tu Vida
Jesús dijo: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18). Cristo había reunido a sus escogidos para un último momento de comunión justo antes de ir a la cruz. ¡Qué afligidos y tristes estaban estos hombres! Su única fuente de consuelo en la tierra les estaba siendo quitada.
Jesús era su guía, maestro, gozo, paz y esperanza, y ahora los estaba dejando físicamente. Ellos habían construido su mundo entero a su alrededor y él ya no estaría con ellos.
Por supuesto, Jesús sabía que los discípulos estaban a punto de enfrentar persecución, dificultades, pérdida de bienes terrenales y tortura por causa de su nombre. Sin embargo, dudo que esos discípulos entendieran las palabras de Cristo cuando les dijo que no los dejaría sin consuelo. Lo que les estaba diciendo, en esencia, era: “Nunca dejaré que enfrenten sus batallas solos. No los dejaré indefensos o impotentes ante los ataques del diablo. Van a afrontar dificultades, pero yo conozco el plan del Padre para ustedes. Si ustedes lo supieran y entendieran, sus corazones se regocijarían porque yo voy a mi Padre”.
Jesús les dijo a estos discípulos: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (14:16). Les estaba diciendo a los discípulos: "Los dejo como hombre y volveré a ustedes como Espíritu". Sí, el Espíritu Santo es el mismo Espíritu de Cristo y él permanece sólo en aquellos que nacen de nuevo en Cristo y caminan por fe en su obra consumada en la cruz.
La misión del Espíritu es consolar a la novia de Cristo en ausencia del novio, Jesús. Si hay necesidad de un consolador, ciertamente debe haber incomodidad, aquellos que necesitan consolación. En pocas palabras, cualquiera que siga a Cristo enfrentará dolor y sufrimiento.
Dios envió al Espíritu para usar su poder para mantenerte fuera de las garras de Satanás. Él ha venido para levantar tu espíritu, alejar toda desesperación e inundar tu alma con el amor de tu Padre.
“También nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:3-5).