EL AMOR DE MI PADRE

David Wilkerson

Una madre se quedará con su hijo enfermo hasta que llegue la cura. Ella incluso soportaría si el niño rechazara su amor. Ese hijo puede caer en pecado, sin tener en cuenta todas las palabras de orientación y corrección de su madre. Puede llegar a sentirse abrumado por el desaliento o la incredulidad, o llegar a ser orgulloso, terco y rebelde. Sin embargo, a pesar de todo, su madre nunca se da por vencida con él.

Considera la imagen de un águila madre. "Lo guardó [a ti] como a la niña de su ojo. Como el águila que excita su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas" (Deuteronomio 32:10-11). Jesús se refiere a una imagen similar cuando habla de cómo "la gallina junta sus polluelos debajo de las alas" (Mateo 23:37). En tiempos de tormenta, dicha madre oculta a sus pequeños de forma segura y amorosa, debajo de sus alas.

Aquí, estamos hablando del amor más tierno y confiable conocido por los seres humanos. Si entraras en cualquier tribunal y fueras de una sala a otra, verías a hombres jóvenes en juicios por todos los crímenes imaginables. ¿Y quiénes estarían sentadas, mirando? En su mayoría, madres.

Anda a cualquier prisión los días de visita. ¿A quién ves formando las filas para visitar a un hijo o hija en prisión? Madres, cargadas de corazón por el dolor, madres que parecen tener una capacidad ilimitada de amar y perdonar.

Hace muchos años, un viejo predicador escribió: "No sé si el hijo pródigo tenía madre, pero si la tenía, les aseguro que mientras el padre estaba en el techo esperando que su hijo volviera a casa, esa madre estaba encerrada en su habitación, orando y llorando. Más tarde, cuando todos estaban bailando por el regreso del hijo, hallarías a la madre susurrando esperanza y sanidad en el oído de su hijo".

Podemos no entender por qué Dios permite que nuestras aflicciones continúen; por qué los que amamos sufren dolor y tribulación durante tanto tiempo; por qué razón muchas de nuestras oraciones no parecen recibir una respuesta; por qué razón muchas de nuestras preguntas quedan sin respuesta. Pero Dios no está obligado a responder a todas nuestras preguntas. De hecho, puede que no tengamos ninguna respuesta hasta llegar a la gloria.

Sin embargo, hay una cosa que nunca voy a cuestionar: El amor de mi Padre hacia mí, revelado por el Espíritu santo que mora en mi interior.