El Camino de Santidad
“Nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:5). Por fe, nosotros mismos somos los miembros del cuerpo de Cristo, adoptados en una sola familia. Ya no hay negro, blanco, amarillo, marrón, judío o gentil. Todos somos de una sangre, ¡un hombre nuevo en Cristo Jesús! Y debido a la obra de Cristo en la cruz, el hombre no pudo volverse santo por buenas obras, acciones justas, esfuerzo humano o esfuerzos de la carne.
“Aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz” (Efesios 2:15). Sólo un hombre sería aceptado por el Padre: el hombre nuevo y resucitado. Y cuando este nuevo hombre presentó a su Padre a todos los que tenían fe en él, el Padre respondió: “¡Los recibo a todos como santos, porque ustedes están en mi santo hijo!”
Hemos sido sellados por el Espíritu Santo. “Reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos… En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:10, 13). Como puedes ver, la santidad no es algo que hacemos, ni alcanzamos, ni forjamos. Más bien, ¡es algo en lo que creemos! El camino hacia la santidad no es a través de la capacidad humana sino a través de la fe.
El mensaje de Dios sobre la santidad no trata es acerca de cosas externas. Es acerca de la fe; y él lo hace muy claro y simple. Esta es su maravillosa respuesta al ansioso clamor de multitudes de cristianos que tienen sed de comprender cómo ser santos. ¡Somos santos mientras descansamos en su santidad!
Amados, dejen de confiar en la carne y hagan de esto su declaración: “Reclamo mi santidad que está en Cristo Jesús. Soy parte de su cuerpo y mi Padre me ve como santo, ¡porque estoy en Cristo!”