El Deleite de Dios
Dios le habló a Isaías acerca de cierto siervo que deleita su corazón: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento” (Isaías 42:1). ¿Quién es este a quien Dios sostiene y defiende, cuidando cada uno de sus pasos? ¿Quién es su elegido, aquel en quien se deleita tanto?
Encontramos la respuesta en el evangelio de Mateo: “Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:16-17). La palabra original para “en quien tengo complacencia” aquí es “deleite”. Dios estaba diciendo: “¡Mi alma se deleita en mi hijo, Jesucristo!”
A lo largo de todo el Antiguo Testamento, se ofrecieron innumerables ovejas y vacas al Señor como sacrificios, sin embargo, la Biblia dice que ninguno de estos sacrificios le dio placer alguno al Señor: “Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron” (Hebreos 10:6) Sin embargo, en el siguiente versículo leemos estas maravillosas palabras de Jesús: “Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (10:7).
Cristo vino a la tierra para hacer lo que ningún sacrificio animal pudo hacer. Dios había preparado un cuerpo físico para él aquí en la tierra, un cuerpo que proporcionaría el sacrificio final y perfecto. En resumen, Dios se humilló por nuestro bien. Encerrándose en un útero humano, él tomó nuestra naturaleza. Renunció a las riquezas del cielo para hacerse pobre por nosotros, dando su vida para rescatarnos.
Desde la fundación del mundo, Dios tenía un solo plan: reconciliar a la humanidad caída y pecadora y traernos de vuelta a su gracia. El plan de Dios para hacer esto fue simple. Él dijo: “Voy a enviar a mi hijo como libertador y después de que él haya muerto, resucitado y se ponga de pie ante mí, lo reconoceré sólo a él”.
El Señor dijo: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18). Dios nunca aceptaría ninguna obra de carne humana, no importa cuán buena puedan parecer. ¡Él reconocería sólo a Cristo, el siervo que lo complació y deleitó perfectamente!