EL DOLOR DE UN CORAZÓN QUE DUDA
Es posible que hayas tenido una situación por la que estabas orando, pero no parecías obtener una respuesta. Puedes decir: “Oré con fe, creyendo a Dios, pero él no me oyó. Esperé y esperé, pero él nunca respondió. ¿Cómo puedo entregar mi vida a Dios si él no responde a mis oraciones?”
Puede que no estés enojado con Dios, pero ciertamente has perdido confianza, lo cual, te impide comprometerte plenamente con él. Por lo tanto, has detenido la oración y ya no disfrutas de la plenitud de sus bendiciones.
Santiago aborda esta situación muy claramente: “El que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento” (Santiago 1:6). La versión ‘King James’ usa la palabra ‘vacilar’, que significa estar indeciso. En sus corazones, cuando las personas hicieron sus peticiones, pusieron a Dios a prueba. En sus corazones, dijeron: “Señor, si me respondes, te serviré. ¡Te daré todo! Pero si no respondes, viviré mi vida a mi manera”.
Dios no puede ser sobornado. Él conoce nuestros corazones y sabe cuándo estamos indecisos en nuestro compromiso con su Hijo. Él reserva el poder que está en Cristo para aquellos que se han rendido totalmente a él.
La verdadera fe considera todos los problemas y el dolor del pueblo de Dios en todo el mundo, todas las situaciones desesperadas; y pone estas cosas tristes a un lado de la balanza. Luego, la fe pone a Cristo al otro lado de la balanza y se regocija cuando Cristo reboza sobre todos los pecados y aflicciones del mundo.
Dios nunca pretendió que dejemos que el diablo tome nuestros corazones y nuestros hogares. Más bien, él pretende que hagamos una declaración alta y clara. Debemos tomar nuestra posición en Cristo y clamar: “¡En el nombre de Jesucristo!”
Es hora de que cada creyente se levante y declare: “He vivido con miedo lo suficiente y en el nombre de Jesucristo, ya no temeré más a la muerte, al hombre o al diablo”.