El Espíritu de Desánimo
Cuando el rey David se encontraba en una época de desánimo y tribulación, clamó: “Estoy encorvado, estoy humillado en gran manera, ando enlutado todo el día… Estoy debilitado y molido en gran manera; gimo a causa de la conmoción de mi corazón… Mi corazón está acongojado, me ha dejado mi vigor, y aun la luz de mis ojos me falta ya” (Salmos 38:6, 8, 10).
Este salmo nos muestra a un hombre justo y piadoso hundido en la desesperación. David ansiaba al Señor y le derramaba su corazón diariamente en oración. Él veneraba la Palabra de Dios, escribiendo salmos que ensalzaban su gloria, pero ahora todo lo que podía hacer era clamar: “Señor, estoy tocando fondo y no tengo idea de por qué está sucediendo”.
Como muchos cristianos desanimados, David trató de entender por qué se sentía tan vacío y quebrantado de espíritu. Probablemente revivió cada fracaso, pecado y acto tonto en su vida. Finalmente concluyó que Dios lo estaba castigando: “Jehová, no me reprendas en tu furor, ni me castigues en tu ira” (Salmos 38:1).
David no está escribiendo sólo sobre su propia condición en este salmo. Está describiendo algo que todos los amantes devotos de Jesús enfrentan en algún momento de su vida. Es importante tener en cuenta que el espíritu de desánimo es el arma más poderosa de Satanás contra los elegidos de Dios. Muy a menudo, lo usa para tratar de convencernos de que hemos traído la ira de Dios sobre nosotros mismos al no estar a la altura de sus santas normas. Pero el apóstol Pablo nos insta a no caer en la trampa del diablo: “Para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones” (2 Corintios 2:11).
Pablo nos dice que debemos ver nuestro desánimo por lo que realmente es: un arma demoníaca. Satanás sabe que no puede hacer que nos alejemos de Jesús, por lo que nos inunda de perversas mentiras. Cuando esto sucede, el Espíritu Santo nos recordará todas las preciosas promesas de Jesús.
“Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9). Atrévete a creer las cosas increíblemente buenas que te dice el Espíritu Santo y deja que él inunde tu espíritu con el aliento del Padre celestial. ¡Él te ama y sus promesas son verdaderas!