EL ESPÍRITU DE RUEGO
Veamos la oración de Daniel: “Ahora pues, Dios nuestro, oye la oración de tu siervo, y sus ruegos...Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones…porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias” (Daniel 9:17-18).
La palabra “ruego” nunca es utilizada en la Biblia, excepto para denotar un clamor u oración en voz alta; en otras palabras, no es privada ni de meditación personal. ¡El ruego, definitivamente, tiene que ver con la voz!
La palabra hebrea usada para “ruego” significa “una rama de olivo envuelta en lana o algún tipo de tela, ondeada por un individuo que ruega para buscar paz o rendición”. En resumen, eran banderas de rendición y significaban un clamor de rendición total e incondicional.
Imagínate a un soldado demacrado y desgastado, cansado y abrumado, atrapado en un agujero por voluntad propia. Se encuentra completamente solo, y ya no le queda nada de vida, así que rompe una rama de un árbol y amarra a ella su camisa interior blanca. Luego, la levanta y sale gateando de su trinchera, suplicando: “¡Me rindo, me rindo!”
¡Ese es un ruego! Dice: “Ya no puedo pelear más esta batalla. Estoy perdido y desesperado”.
Rogar no significa pedirle a Dios que haga lo que tú quieres. No es mendigarle para que te ayude a llevar a cabo tus propios planes. Por el contrario, es una entrega total de tu voluntad y de tus caminos.
Por siglos, los cristianos llenos de voluntad propia han clamado a Dios: “Oh Dios, envíame aquí, envíame allá, dame esto, dame aquello”. Pero en los últimos días, el Espíritu Santo caerá con gran poder y producirá un sentido de bancarrota espiritual. Despertaremos al hecho de que aun teniendo todo el dinero, toda la inteligencia, todos los programas, todos los ministerios y todos los planes, ni siquiera hemos tocado a este mundo. La verdad es que la iglesia ha perdido terreno y se ha vuelto débil y lamentable.
¡Tiene que haber una rendición! Nuestro clamor debe estar acompañado de una disposición para rendir todo lo que en nuestra vida no se asemeja a Jesucristo.