EL FRUTO DE UNA FE CENTRADA EN LA BONDAD DE DIOS
Hoy en día, muchos pastores definen el favor de Dios como posesiones, posiciones y propiedades: mejores casas, autos y empleos, una familia más feliz y un ingreso creciente. Yo creo que Dios favorece a su pueblo de esta manera, pero nos perdemos de mucho cuando vivimos para cualquier otra cosa que no sea su favor supremo.
Todos conocemos el concepto bíblico de una tierra prometida: La libertad de la esclavitud y el gozo de una vida bendecida. La Tierra Prometida original fue un regalo que Dios le dio al antiguo Israel, un lugar literal llamado Canaán, una tierra fértil llena de frutas de gran tamaño y ríos que fluyen.
Este era el objeto de los sueños de los israelitas que fueron golpeados y exiliados durante generaciones. Sin embargo, cuando llegaron a la frontera de Canaán, Dios hizo una declaración inusual a Moisés: “(A la tierra que fluye leche y miel); pero yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino” (Éxodo 33:3).
Las palabras de Dios a su pueblo aquí pueden sonar sorprendentemente duras, pero en el contexto, vemos que Dios liberó a Israel de 400 años de esclavitud en Egipto y ahora, en la cúspide de su entrada a la Tierra Prometida, Dios dijo que no iba a ir con ellos porque incluso después de todas las cosas milagrosas que él había hecho por ellos, ellos se quejaban cada vez que se enfrentaban a una nueva dificultad. Tristemente, sus experiencias y los milagros que Dios hizo por ellos nunca se tradujeron en fe.
¡Pero la fe de Moisés era diferente! Él conocía la bondad de Dios, como se demuestra en todas sus obras sobrenaturales para Israel. De hecho, el favor del Señor hacia su pueblo parecía infinito y Moisés se maravilló ante el carácter de Dios, quien misericordiosamente realizó todas estas cosas en favor de ellos. Su actitud fue: “Señor, si tú no vas a estar allí, entonces no iré”.
Moisés comprendió que mucho más que recibir bendiciones estaba el experimentar la presencia del Dios compasivo y amoroso que se los otorgaba. Él anhelaba ver la gloria de Dios: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Éxodo 33:18); y yo oro para que tú, hoy, tengas este mismo anhelo.