EL FUEGO NO PUDO DAÑARLOS
Sadrac. Mesac y Aded-nego, a quienes a menudo se les llama “los tres jóvenes hebreos”, rehusaron postrarse en adoración ante el ídolo de oro de 30 metros de alto que Nabucodonosor había hecho. Ellos se mantuvieron firmes aún cuando fueron condenados a morir en un horno de fuego ardiendo. Mientras el perverso rey les preguntó sarcásticamente: “¿Qué Dios será aquel que os libre de mis manos?” (Daniel 3:15), los jóvenes comprometieron al Señor a cumplir sus promesas:
“No es necesario que te respondamos sobre este asunto. [No titubeamos en nuestra respuesta]. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo…Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (3:16-18).
CONFIANZA TOTAL EN DIOS
Ellos estaban tan confiados que Dios honraría su propio nombre, que se enfrentaron con disposición a una muerte segura.
Los líderes prominentes de toda la nación se juntaron para la ejecución: príncipes, gobernadores, jueces y jefes de las provincias cercanas. Nabucodonosor ordenó que el horno se calentase siete veces más de lo acostumbrado, generando un calor tan espantoso que mató a los sirvientes encargados de atizar el fuego.
La multitud estaba en shock, exclamando: “¡Esos hombres no pueden sobrevivir! Caerán muertos antes de que se acerquen a ese horno. Ningún Dios puede librarlos de ese destino.”
SALIERON CAMINANDO DEL FUEGO
Una vez más, el nombre del Señor estaba en juego. Si él no intervenía, su nombre sería difamado en todas las naciones.
¡Pero el Señor nunca deja avergonzados a los que confían plenamente en él! Las Escrituras dicen que Jesús mismo se apareció en ese horno para proteger y confortar a sus siervos. Y los tres jóvenes salieron caminando del horno sin siquiera tener olor a humo.