El hechizo de los santos

“¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó (también se puede traducir “hechizó”) para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?” (Gálatas 3:1, RVR60). Si tú eres un devoto servidor de Jesús, hay algo de lo que necesitas estar completamente seguro, y es que Satanás intentará hechizar cada cosa que te propongas en tu corazón para profundizar tu relación con el Señor. El enemigo de nuestras almas está constantemente colocando trampas demoníacas para todos aquellos que están desesperados por conocer más de Jesús.

Estas trampas que coloca Satanás no tienen que ver con enormes pecados, como sensualidad, embriaguez o avaricia. En cambio, son muy sutiles. Pablo describe el efecto de estas trampas cuando dice a los Gálatas: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente” (1:6). Pablo está diciendo, en esencia: “Dios te llamó a un evangelio de gracia por medio de Jesucristo y por un tiempo, lo seguiste. Tú vivías creyendo y confiando que eras salvo solo por la gracia y la obra completa de Jesucristo en la Cruz. Pero de pronto te alejaste de ese evangelio y ahora estás siguiendo otro. ¿Qué te pasó? ¿Quién te hechizó?”

Entonces Pablo señala la fuente de este problema: “No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo” (1:7). En otras palabras; “Alguien te ha alejado de la verdad, enseñándote cosas que suenan correctas y razonables, pero que te han llevado totalmente fuera de curso.”

El mismo Pablo había fundado la iglesia de los Gálatas. Muchos otros líderes de la iglesia primitiva habían predicado allí, como Timoteo. Ciertamente estos Gálatas no eran novatos espirituales. Ellos habían sido arraigados firmemente en el evangelio de la gracia, habían oído la verdad predicada en toda pureza y plenitud: “...vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado” (3:1).

Pablo no está mencionando aquí ni una sola palabra sobre sensualidad o grandes pecados. Al contrario, los Gálatas fueron engañados con ocasión de ser tan puros y caminar en santidad delante del Señor. Pablo les cambió la idea de Santidad: “...¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? (3:3). Él está diciendo: “Yo sé que ustedes buscan la perfección, pero ¿cómo pretenden lograrla? ¿Qué tipo de evangelio los mantendrá perfectos ante los ojos de Dios?”

“Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (3:2). Claramente los Gálatas habían sido bautizados en el Espíritu Santo, pero Pablo los llama francamente insensatos y hechizados: “¿Tan necios sois? Habiendo comenzado por el Espíritu vais a acabar por la carne?... Oh Gálatas insensatos, quién os fascinó (o hechizó)” (3:3, 1).

La palabra utilizada aquí para “insensatos” significa no inteligente, mal informado. Y la palabra para “fascinó” o “hechizó” significa profesar algo falso. Entonces, ¿quienes fueron los que perturbaron la iglesia de los Gálatas y pervirtieron el verdadero evangelio que habían oído de Pablo? Irónicamente, era la gente religiosa en medio de ellos, judíos devotos que habían sido salvos desde Pentecostés. Estos eran hombres sinceros que deseaban cumplir la ley caminando en santidad. Ellos clamaban: “Sí, hemos sido salvados por gracia mediante la fe. Pero ahora debemos mantenernos en el don de la salvación y lo hacemos observando las leyes que Dios requiere de nosotros. Por lo tanto, todo hombre que busque ser salvo debe ser circuncidado. Tenemos que demostrar que somos dignos de la salvación.”

Pablo sabía que esto era una sutil trampa ideada por Satanás. Era una doctrina diabólica para destruir al pueblo de Dios debilitando el evangelio de la gracia. Por eso él les dijo: “Sí, ustedes se convirtieron al camino correcto, pero ahora están tratando de mantener vuestra salvación agregando cosas de su carne al evangelio. Y eso está pervirtiendo la gracia de Cristo Jesús.

Nuestra carne siempre quiere presentar algo santo de nosotros mismos delante de Dios.

Cualquier persona que se acerca seriamente a vivir para Jesús, ha sido tentada por pensamientos como estos: “Si solo yo orara más, si tan solo fuera más diligente en estudiar la palabra de Dios, hacer estas cosas me convertiría en una potencia para el Señor.” Pero el tema no es nuestro celo — es el medio por el cual se logra la santidad. ¿Cómo puede un cristiano mantener la salvación que le ha sido dada por gracia? ¿Lo hace por fe solamente o también por obras de su carne?

Pablo estaba advirtiendo a toda la iglesia, incluyendo a sus pares en el llamado y la unción: “Cuidado hermanos. Ustedes ahora están en una batalla entre dos evangelios: el evangelio de la gracia y el evangelio de las obras de la carne.” La pregunta sigue siendo para nosotros hoy en día: ¿Habiendo comenzado en el Espíritu, nos hemos hecho perfectos por la carne?

Primero déjame preguntarte: ¿Cómo fuiste salvo? ¿Qué hiciste para que tus pecados fueran perdonados? ¿Venciste un terrible pecado, lo que te hizo ganar el amor de Dios? ¿Le presentaste algún sacrificio de obras de justicia? ¿Que cosa buena vio él en ti para persuadirse de que eras digno de la salvación, para que él dijera “Este merece ser salvo”?

Tú sabes que nada de eso te trajo la salvación. Antes de unirte a Jesús, tú estabas desamparado, atado por el pecado, eras un enemigo del evangelio. Cuando Cristo vino a ti, no hubo ni una sola cosa buena en ti que te hiciera merecedor de la vida eterna. La única cosa que hiciste para ser salvo fue arrepentirte: tú diste un paso de fe gracias a la medida de fe que Jesús puso en ti. Y cuando respondiste a él con fe, él te salvó. Tú fuiste hecho nuevo, sacado de la oscuridad a la luz. No fue ni una sola cosa buena que hayas hecho en tu carne. Tú fuiste transformado solamente por fe.

El hecho es que no solo somos salvos por fe. También vivimos por fe - esto significa que nos mantenemos en nuestra posición en Cristo solamente por fe. “El justo (o el justificado) por la fe vivirá” (3:11). En otras palabras, la misma fe que te salvó también te mantiene.

Tristemente, mientras más caminamos con Dios, más tentados estamos a confiar en nuestra carne para tratar de complacerlo. Debido a nuestra madurez y experiencia somos tentados a pensar que podemos vencer el pecado con nuestras propias fuerzas. He visto a muchos cristianos, especialmente predicadores, cayendo presa de esta tentación. Yo pregunto al Señor: “¿Por qué aún hay tantos en el desierto de las obras? ¿Por qué no han entrado en tu descanso? ¿Donde está el crecimiento, la victoria, el vencer al mundo, a la carne y al diablo en medio de todo este miedo y desesperación?

La raíz de nuestras luchas espirituales va mucho más allá de la negligencia en las prácticas devocionales.

Aquellos que aman a Jesús oran, estudian la palabra, lo buscan continuamente. A ellos no tienen que decirles que hagan estas cosas. Ellos entienden que deben disfrutar de Jesús, entrar en su reposo y deleitarse en caminar con él. Pero algo en nuestra carne se levanta constantemente diciéndonos que necesitamos luchar valientemente para “hacer lo correcto.” Sentimos una enorme presión por orar más, estudiar más, servir más a otros. Pensamos: “Solo entonces seré santo y puro delante de Dios.”

Pero nuestro rol en el pacto de la gracia de Dios no es hacer más y más y más. Es confiar plenamente en lo que Jesús hizo por nosotros en el Calvario. Él consiguió para nosotros una completa y total salvación, una que no solo nos salva sino que también nos mantiene. Y nuestro rol en esta total salvación no proviene de nada que hagamos sino solo la fe.

Dios no ha quitado su amor de ti. Cuando estás débil y luchando, él no pide más buenas obras de ti. Él quiere que confíes en que él ya ha hecho todo lo necesario para hacerte aceptable ante sus ojos. Tú no tienes que esforzarte en orar más para agradarle, ni saber más de su palabra para acceder a su trono. Jesús te hizo completamente aceptable a Dios por medio de la cruz. Él pagó el precio completo por tu reconciliación. Y Él proveyó acceso total al cielo para ti. Tú puedes ir al Padre en cualquier momento.

Tú debes estar convencido que el único camino para hacerte santo es creyendo en las promesas de Dios. “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham” (3:6, 9). Esta es la razón por la que muchos Cristianos están plagados de culpa, miedo e inquietud. Ellos no están descansando en lo que Jesús hizo. En cambio, ellos viven esforzándose por agradar a Dios por su carne. Ellos no viven en fe, sino en sus sentimientos de incertidumbre e inseguridad.

Los judíos convertidos en Galacia pensaban que derramar su propia sangre podría agregar algo al poder expiatorio de la sangre de Cristo. ¡Eso jamás ocurrirá! Ellos se habían movido totalmente fuera de la libertad de la fe y habían entrado en el yugo de la carne. Y lograron convencer a los convertidos gentiles de que el dolor de la circuncisión los haría santos ante los ojos de Dios — que toda su agonía física les daría derecho a reclamar: “Señor, mira cuánto quiero complacerte.” ¡No, ellos perdieron el rumbo!

Solo hay una manera de ganar la batalla contra todo los que nos asedia. Lo hacemos creyendo y aceptando esta verdad: “por cuanto agradó al Padre que en él (Cristo) habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:19-20).

Reconciliar significa restablecer una relación que se había roto. Significa una amistad que estuvo perdida pero ahora ha sido sanada y restaurada. Cristo consiguió esta reconciliación para nosotros en la Cruz. A través de su obra expiatoria, el Señor nos ha declarado: “He tomado la iniciativa para restaurar tu relación conmigo.”

“Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado” (1:21). Pablo está diciendo aquí: “Tú caíste de nuestro compromiso y fuiste arrastrado por el poder del mal. En este momento, en tu mente, Dios se ha vuelto un enemigo. Te sientes separado de su amor, pensando “El Señor está enojado conmigo ahora. ¿Cómo podría un Dios santo no estar enojado al ver todo lo que he hecho?”

Esto es lo que el pecado hace en tu mente: te convence de que Dios quiere juzgarte. Te hace alejarte de su presencia con un sentimiento de indignidad, impureza e inutilidad. Lo peor de todo, te susurra que debes trabajar para volver al favor de Dios.

Pero la verdad es que tu Señor nunca se alejó de ti. Él nunca cambió sus pensamientos ni sus planes sobre ti. Él mismo Espíritu Santo que te bautizó, aún vive en ti. Él no entra y sale de tu vida debido a tus luchas. Según Pablo, Dios solo pide una cosa de ti: “...permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído” (1:23).

El Señor mismo ha prometido: “...para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él” (1:22). En otras palabras; “Yo haré todo el trabajo, no tú.” Todo lo que necesitas para esto es creer que has sido reconciliado, confiar en su gracia perdonadora y aceptar su amor y amistad hacia ti. Continuar en fe es tu victoria.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2° Corintios 5:17-18).

Dime, ¿cuándo dejaste de ser una nueva criatura a los ojos de Dios? ¿Fue cuando hiciste algo para disgustarle? ¿Cómo pasaste de ser nacido de nuevo a no haber nacido de nuevo? Esto simplemente no puede ser si todavía confías en él. Pablo declara enfáticamente; “...Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo” (5:18). ¡Su obra permanece en tu vida!

Dios promete que él hará que en el juicio tú permanezcas reconciliado, santo e irreprensible. Todo lo que necesitas es aceptar sus promesas. Cree en su amor y amistad hacia ti. Entonces comprenderás lo profundo y permanente de la reconciliación que Jesús ganó por ti. ¡Aleluya!

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