EL PADRE HA SIDO REVELADO
En el Antiguo Testamento, los hijos de Dios sólo llegaron a echar un vistazo a Dios como su Padre. David dijo: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmos 103:13). Isaías llamó a Dios “Padre Eterno” (Isaías 9:6) y Jeremías escribió acerca de él: “Me llamaréis: Padre mío” (Jeremías 3:19).
Pero estas personas del pasado no tuvieron la revelación completa del Padre celestial. Jesús mismo dijo: “Los profetas anhelaban ver y oír lo que ustedes ven y oyen lo que oyen, pero no pudieron”. Aquellos en los tiempos del Antiguo Testamento conocían a Jehová por todos los nombres que él les había revelado, pero él no se había revelado a ellos como Padre. Esa revelación no pudo venir hasta que el Hijo lo revelara. Jesús dijo: “Nadie conoce … al Padre … sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27).
Cristo ha venido a revelar al Padre a esta última generación de una manera que ninguna otra generación alguna vez lo conoció. Todo lo que hizo Jesús, desde convertir el agua en vino hasta resucitar a los muertos, ha sido como un sermón ilustrado. Cada uno de sus actos tenía el objetivo de decir: “Esta es la obra de mi Padre; así es como es él”.
“Nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está” (Juan 8:28-29). En otras palabras, he hablado libremente en toda esta tierra y cuando caminé por las calles de Jerusalén, Belén y Judea, les dije una y otra vez que todo lo que hago es del Padre. Si tan sólo hubieran abierto sus ojos y oídos y aceptado mi palabra, yo les habría mostrado a mi Padre. ¡Él ha sido revelado!
Cuando tenemos una revelación de nuestro Padre celestial, su amor, su misericordia y su gracia, podemos decirle al mundo: “Escucha lo que digo y hago. ¡Mira mi vida y mira al Padre en mí!”