El Padre Procura tu Crecimiento
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos” (Juan 15:1-5).
En la última noche de Jesús con sus discípulos, después de que terminaron de cenar, les pidió que caminaran con él para poder impartir una última enseñanza. “Levantaos, vamos de aquí” (Juan 14:31). Mientras caminaban, Jesús resumió nuestra relación con él y con el Padre. La vid es Jesús, la fuente de toda la vida que fluye hacia nosotros, y nosotros somos los pámpanos que se extienden desde él. Supervisando todo este flujo de vida está nuestro Padre celestial, el labrador que procura a nuestro crecimiento. ¿Podría haber alguna imagen más serena de nuestra vida en Cristo?
Sin embargo, también incrustado en esta analogía, hay un tipo diferente de imagen: “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará” (15:2). Muchos cristianos se estremecen con este versículo; a nadie le gusta la idea de ser “quitado” por Dios. Este versículo es razón suficiente para aferrarse a una religión basada en el rendimiento, un sistema por el cual se puede medir si estamos dando fruto o no.
Nuestro compasivo y amoroso Señor, sin embargo, es más que una fuente de vida para nosotros: él es la fuente de vida. Otras “vides” pueden prometer vida pero ninguna contiene la vida verdadera como él. Los cristianos pueden buscar vida de fuentes que parecen buenas y legítimas (ambición y motivación, éxito y consuelo), pero estas vides en sí mismas no tienen vida. Jesús quiere que seamos injertados en él para que podamos beber profundamente de su vida abundante todos los días.
El labrador, nuestro Padre celestial, cuida su jardín con amor y perfección, colocando las cosas en su lugar correcto, de modo que crezcan. Pero el buen labrador también poda; y eso puede ser doloroso. Sin embargo, Jesús deja muy claro que a medida que permanezcamos en él, la poda producirá un fruto que es glorioso y que no podría haberse producido por sí solo.
Jesús les dio a sus discípulos estas hermosas palabras de despedida: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (15:11).