EL PRECIO DE LA AUTORIDAD ESPIRITUAL
Convertirnos en el tipo de siervo que camina en la autoridad de Dios nos obliga a estar cara a cara con nuestra conciencia delante de los ojos de nuestro Padre. Cuando estamos delante del Señor, no podemos evitar arrodillarnos en humildad ante su santa presencia.
El apóstol Pablo describe la clase de siervo a quien se otorga tal autoridad: “Renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios” (2 Corintios 4:2).
Tal siervo se ha encerrado con Jesús y ha abierto su corazón al trato del Espíritu Santo. Según Pablo, la oración constante de este siervo es: “Señor, muéstrame mis motivaciones pecaminosas, mis ambiciones impías, cualquier y toda deshonestidad o manipulación; y cualquier actitud oculta y engañosa en mi corazón”.
Creo que todos los creyentes quieren andar en autoridad espiritual, pero es importante darse cuenta de que hay un precio que debe pagarse para tal autoridad. Una buena pregunta que debe hacerse es: “¿Estoy dispuesto a tomar el último lugar en la casa? ¿Estoy satisfecho estando lejos de la mesa principal?” Es sólo una prueba simple, pero pudiera revelar algunos problemas importantes en tu espíritu.
En Lucas 14, vemos que Jesús fue invitado por un principal de los fariseos para “comer pan” en su casa junto con otros fariseos. El versículo 7 dice que Jesús los observaba mientras elegían los mejores lugares debido a su orgullo y la necesidad de ser vistos y reconocidos. El Señor se sentó a comer y luego le dio esta palabra de reprensión a los principales líderes religiosos de Israel: “Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba” (Lucas 14:10).
Debemos esforzarnos por “subir más arriba” a un lugar de honor justo, un lugar de verdadera autoridad espiritual. Dios nos necesita a cada uno de nosotros en estos últimos días y quiere que nos acerquemos a él. En un sentido muy profundo, creo que la tarea de acercarnos a Jesús es para todos nosotros. Al hacerlo, Dios derramará fielmente su unción espiritual.