EL PROPÓSITO DE DIOS EN MEDIO DE NUESTRO DOLOR Y AFLICCIÓN
¡Y la gloria de Jesús a través de ello!
¿Qué le sucede a nuestra alma cuando experimentamos una profunda y personal aflicción? ¿Qué función tiene el dolor en nuestro caminar con Jesús? En un breve pasaje, Pedro lo explica todo. "En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo" (1 Pedro 1:6-7).
Pedro nos dice tres cosas importantes aquí acerca de las penas y el dolor que experimentamos: 1) La aflicción trae tristeza que dura algún tiempo; 2) nos lleva a una fe probada y purificada; 3) es un vehículo que resulta en poderosas muestras de la gloria de Dios. ¿Quién pensaría que algo tan doloroso podría terminar bendiciéndonos tanto?
La primera etapa de cualquier tipo de dolor es la más difícil de soportar. Lo último que oirás decir a cualquier persona sensata es "Me vendría bien otra prueba en mi vida ahora mismo". Pedro era consciente de esto cuando escribió a este grupo de cristianos en el exilio. Habían sido forzados a salir de su patria y a entrar en un ambiente hostil para ellos. Pedro sabía lo que debían haber sentido mientras escribía: "... ahora por un tiempo, si es necesario, habéis estado afligidos por varias pruebas" (1:6, mi énfasis).
La palabra griega para "afligido" aquí habla de emociones profundas y agitadas. Todos hemos enfrentado pruebas que han cobrado un alto costo emocional. Pedro recordó a sus lectores que esto era normal. "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese" (4:12). Les estaba asegurando: "La prueba por la que estas atravesando no tomó a Dios por sorpresa. Dios entiende, y está trabajando en medio de la prueba, produciendo algo que no sólo te bendecirá, sino que asombrará al mundo".
Muchos cristianos se sienten culpables e incluso se disculpan sólo por tener pruebas.
El noventa por ciento de las personas a las que aconsejé como pastor de la iglesia vinieron a mí porque estaban pasando por momentos muy difíciles. Cuando les pregunté cómo se sentían en medio de los problemas, nunca mencionaron ninguna emoción. Siempre respondieron: "Creo que mejorará pronto" o "Sólo necesito apoyarme en las promesas de Dios". Claramente, sin embargo, estaban preocupados, atribulados y hasta incapaces de dormir. Tuve que preguntarles cómo se sentían, como estaban sus emociones; a menudo tuve que insistir varias veces, hasta que finalmente se permitieron decir: "¡Se siente horrible, terrible, como si estuviera en el infierno!" Casi siempre, se sintieron aliviados de decirlo.
No se les ocurrió que la Biblia esté llena de esas mismas expresiones, de las que se hacen eco los héroes de la fe. David cantó abiertamente de su dolor. "Me he agotado de tanto gemir. Toda la noche inundo mi cama y con mis lágrimas empapo mi lecho." (Salmos 6:6). Suplicó a Dios que prestara atención a su dolor, diciendo: "Pon mis lágrimas en tu botella" (56:8).
El dolor profundo abarca más que la tristeza. El dolor de Jeremías lo empujó a acusaciones airadas contra Dios. Perseguido y torturado, el profeta gritó: "Señor, tú me engañaste (sedujiste) y yo me dejé engañar (seducir)" (Jeremías 20:7). Nuestro mayor ejemplo de expresión angustiada es el propio grito de Jesús de la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46, Marcos 15:34).
Estoy agradecido de que los autores de estos relatos incluyeron todas las emociones por nuestro bien. Vemos grandes heridas, penas y dolor insoportable, cada pasaje que nos instruye a tratar nuestras penas con seriedad y no superficialmente. Cuando podemos decir, "Estoy lastimado, y necesito ayuda", es el comienzo de un testimonio. Nuestro testimonio del poder misericordioso y de entrega de Dios crece a partir de la realidad de una terrible circunstancia.
Considera el testimonio de los tres amigos de Daniel que se negaron a inclinarse ante los ídolos de Nabucodonosor. Estos hombres adoraban al único Dios verdadero de modo que cuando fueron amenazados de muerte, respondieron: "Nuestro Dios a quien servimos es capaz de librarnos del horno ardiente, y nos librará de vuestra mano, oh rey" (Daniel 3:17).
Esta fue una declaración audaz para decir a un gobernante que tenía el poder de la vida y la muerte en sus manos. No te equivoques. Estos hombres conocían la realidad mortal a la que se enfrentaban al tomar su posición. "Y si no, que sea de tu conocimiento, oh rey, que no hemos de rendir culto a tu dios ni tampoco hemos de dar homenaje a la estatua que has levantado." (3:18, mi énfasis). En otras palabras, decían: "El Señor recibirá gloria, elija o no liberarnos. De cualquier manera, ¡nos ha librado del mal de inclinarse ante sus ídolos! Eso hizo que su testimonio sea aún más poderoso.
Una vez que enfrentamos la realidad completa de nuestra prueba como lo hicieron estos hombres, se abre una puerta para que Dios reciba la gloria que le corresponde.
Cuando nos afligimos, podemos crecer.
Pedro escribe: "En esto te regocijas, sin embargo... habéis estado afligidos por diversas pruebas" (1 Pedro 1:6, énfasis mío). ¿Por qué alguien se regocijaría en medio de sus pruebas?
La palabra griega que Pedro usa para "alegría" aquí significa "salto". Es la misma palabra usada dos veces en el libro de Hechos cuando las personas lisiadas fueron milagrosamente sanadas y comenzaron a cantar, bailar y saltar al aire. Pedro está diciendo: "En medio de tus pruebas, eres capaz de saltar de alegría". Tenía una buena razón para decirlo. Sabía que Jesús está presente con nosotros en todas nuestras pruebas, y la historia milagrosa de los tres amigos de Daniel lo demuestra.
"Y estos tres hombres, Sadrac, Mesac y Abed-nego, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo. Entonces el rey Nabucodonosor se alarmó y se levantó apresuradamente. Y habló a sus altos oficiales y dijo: —¿No echamos a tres hombres atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: -Es cierto, oh rey.
Él respondió: -He aquí, yo veo a cuatro hombres sueltos que se pasean en medio del fuego y no sufren ningún daño. Y el aspecto del cuarto es semejante a un hijo de los dioses." (Daniel 3:23-25). La mayoría de los teólogos están de acuerdo en que la cuarta persona en el horno ardiente era Jesús, presente junto a los tres hombres ilesos.
En nuestras pruebas anteriores, tal vez no hayamos reconocido que Cristo estaba junto a nosotros. Pedro nos está diciendo que Jesús siempre ha estado allí. Ser capaz de reconocer su cercanía en nuestra situación actual genera una confianza que nunca antes habíamos tenido. Podemos decir, "Señor, sé que puedo enfrentar cualquier cosa porque estás conmigo. No importa cómo resulte esto, tu mano está en mi vida. Esto es como una nueva fe".
Eso es lo que Pedro quiere decir con la frase, "para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo." (1 Pedro 1:7). Ya no tenemos una fe temerosa y ciega que diga: "Espero que Jesús me saque de esto", sino una que diga: "Sé que mi Señor es bueno, no importa lo que elija para mí, porque está a mi lado".
El propio Pedro vivía en un mundo de gran dificultad donde la persecución siempre estaba a la vuelta de la esquina. Había sido encarcelado y golpeado. Sin embargo, vivió con gran fe porque sabía que incluso en su mayor sufrimiento, Jesús, su Maestro estaba trabajando propósitos gloriosos a través de las circunstancias de su vida. El Señor también quiere eso para nosotros. En medio de nuestra hora más oscura, cuando la vida realmente duele, tenemos razones para regocijarnos: "¡Jesús está conmigo siempre!"
Al igual que Pedro, Pablo sabía que el Señor no causa nuestras pruebas, pero que aun por medio de ellas somos bendecidos al ver su asombrosa gloria.
La vida de Pablo estaba llena de pruebas, quizás como la de nadie más. Testificó: "Cinco veces he recibido de los judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido flagelado con varas; una vez he sido apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado a la deriva en el mar. Muchas veces he estado en viajes a pie, en peligros de ríos, en peligros de asaltantes, en peligros de los de mi nación, en peligros de los gentiles, en peligros en la ciudad, en peligros en el desierto, en peligros en el mar, en peligros entre falsos hermanos; en trabajo arduo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez." (2 Corintios 11:24-27).
Pablo sabía que Dios podría haberlo librado de cualquiera de estas pruebas. A pesar de sus penas aparentemente interminables, la mente del apóstol siempre estaba en las personas a las que servía. "Y encima de todo, lo que se agolpa sobre mí cada día: la preocupación por todas las iglesias." (11:28). El testimonio de Pablo es hermoso de contemplar. La presencia certera de Cristo le permitió soportar todas las dificultades, dolores y dificultades por el bien de los demás.
Pedro vio la misma cualidad en las personas a las que escribió: "a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso" (1 Pedro 1:8).
El resultado de este tipo de fe es un testimonio vivo para el mundo. Cuando Nabucodonosor vio la liberación milagrosa que Dios realizó en sus tres siervos, el rey gritó: "Nabucodonosor exclamó diciendo: -Bendito sea el Dios de Sadrac, de Mesac y de Abed-nego, que envió a su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él y desobedecieron el mandato del rey; pues prefirieron entregar sus cuerpos antes que rendir culto o dar homenaje a cualquier dios, aparte de su Dios. Luego, de mi parte es dada la orden de que, en todo pueblo, nación o lengua, el que hable mal contra el Dios de Sadrac, de Mesac y de Abed-nego sea descuartizado, y su casa sea convertida en ruinas. Porque no hay otro dios que pueda librar, así como él." (Daniel 3:28-29).
Qué bendición pueden ser nuestras pruebas. Como dice Pedro, conducen a obtener "…el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas". Al final, nuestra fe purificada "sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo" (1 Pedro 1:9, 7). Que así sea para ti en medio de la prueba que estás atravesando en este momento. Dios está contigo a través de todo esto, para su alabanza de su gloria.