El Pueblo de Dios No Será Avergonzado en el Tiempo de Calamidad

Cuando comencé a preparar este mensaje, el periódico Wall Street Journal reportaba que el mundo entero estaba cubierto bajo una gran nube de miedo. Las personas en todas las naciones están ahora paralizadas por lo que está aconteciendo en el mundo. Inmediatamente, mis pensamientos se tornaron hacia nuestros feligreses de la Iglesia de Times Square. Ellos no muestran signos de tener ese miedo. En lugar de eso, mientras todos nosotros tenemos una gran sobriedad acerca de estos tiempos, también tenemos un profundo y permanente gozo.

Fui guiado al Salmo 37, escrito por David, el cual dice: “Conoce Jehová los días de los perfectos, y la heredad de ellos será para siempre. No serán avergonzados en el mal [y catastrófico] tiempo, y en los días de hambre serán saciados” (Salmo 37:18-19, énfasis añadido). He aquí una profecía asombrosa para el pueblo de Dios, y se está cumpliendo ante nuestros ojos.

En pocas palabras, el Salmo 37 nos dice que el Señor actúa contra aquellas sociedades cuyos pecados han afrentado al cielo. David profetiza: “Los brazos [el poder] de los impíos serán quebrados” (37:17). Pero este mismo salmo es también uno de mucha esperanza. Contiene una promesa increíble para aquellos que ponen su confianza plenamente en el Señor.

Primero, llega el tiempo cuando Dios ya no puede soportar la codicia, la ambición y el fraude que hombres impíos cometen contra los pobres y necesitados. La profecía de David habla de una pérdida súbita de poder financiero: “Mas los impíos perecerán, y los enemigos de Jehová como la grasa de los carneros serán consumidos; se disiparán como el humo” (Salmo 37:20). Lo que se deduce aquí es que el fuego consumirá súbitamente la riqueza de los poderosos. Las riquezas rápidamente se convertirán en humo, tal como la grasa en las llamas.

Y ciertamente vemos ese cuadro en lo que le ha acontecido a la economía de Estados Unidos. En cuestión de dos semanas, más de 4 trillones de dólares de riqueza estadounidense desaparecieron. Ahora se nos dice que otros trillones más se desvanecerán como humo. Las Bolsas de Valores de todo el mundo han estado en shock al escuchar las noticias, y los corredores de bolsa han estado llorando y lamentándose.

No abordaré las razones por las cuales yo creo que Dios tuvo que actuar. Pero puedo decir esto: Nosotros sabemos que nuestro Dios no está dormido. Llegará el momento el cual Isaías describe como “día de venganza de Jehová, año de retribuciones en el pleito de Sión” (Isaías 34:8). “Extendí mis manos todo el día a pueblo rebelde, el cual anda por camino no bueno, en pos de sus pensamientos; pueblo que en mi rostro me provoca de continuo a ira…no callaré, sino recompensaré” (Isaías 65:2-3, 6).

Lo que vemos que le está sucediendo a nuestra economía no es sólo la venganza de Dios. Tiene que ver con el mismísimo honor y gloria del Dios Todopoderoso. Él no se quedará mirando sin hacer nada mientras que sus caminos son calumniados por los impíos. Ezequiel escribe: “El tiempo ha venido, se acercó el día; el que compra, no se alegre, y el que vende, no llore, porque la ira está sobre toda la multitud… Tocarán trompeta, y prepararán todas las cosas, y no habrá quien vaya a la batalla; porque mi ira está sobre toda la multitud” (Ezequiel 7:12, 14). En medio de la maldad, Dios ha sonado la trompeta de alarma, pero la advertencia ha sido ignorada.

Pablo también describe nuestros tiempos cuando escribe: “En los postreros días vendrán tiempos peligrosos…los hombres malos y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:1, 13). Piense en las grandes compañías inmobiliarias que sedujeron y engañaron a los pobres, a los que no tienen mucha educación y a los desempleados. Estas personas, sin saber mucho, fueron inducidos a firmar créditos hipotecarios que nunca podrían pagar, y cuando llegó el momento de pagar, se quedaron sin casas. Bancos de buena reputación quebraron debido al fraude, pero sus ejecutivos salieron de apuros con sus muchos millones, gracias a sus "clausulas dorardas" en caso de bancarrota.

Leí acerca de uno de esos ejecutivos que estaba teniendo una fiesta muy lujosa, con mucho alcohol y pasando un buen rato, sabiendo muy bien que su compañía se estaba hundiendo. Él y otros festejaron a lo loco, a sabiendas que cientos de miles de personas perderían sus casas. Este es un claro cumplimiento de la profecía en Sofonías 1:9: “los que saltan la puerta [de los pobres], los que llenan las casas de sus señores.”

¿Cuánto tiempo pensábamos que Dios soportaría tal locura, tal burla de su nombre? El Señor tiene la última palabra en el asunto y él dice: “[los] castigaré en aquel día” (1:9). En pocas palabras: “les haré pasar vergüenza”. “Su espada entrará en su mismo corazón, y su arco [fortuna] será quebrado” (Salmo 37:15). Aún en este momento mientras escribo estas líneas, dos billonarios están siendo procesados por que sus fortunas desaparecieron de la noche a la mañana.

Al mismo tiempo que el Señor está pagando al impío, él recompensará a los que confían en él.

Aquí está el tema de mi mensaje: “El que sostiene a los justos es Jehová…No serán avergonzados en el mal tiempo [de calamidad]” (Salmo 37:17, 19, énfasis añadido). Usted puede preguntarse: “¿Qué significa esto exactamente?” Significa simplemente lo siguiente: Dios es fiel no solamente en pagar por las maldades, sino también en cumplir sus promesas. En efecto, David está diciendo: “Miren a su alrededor y vean cómo Dios cumple su Palabra. Sus advertencias ahora están siendo manifestadas en los encabezados de sus periódicos, sus acciones están en todos los medios de comunicación. Yo les pregunto, ¿no mantendrá también Dios su Palabra para preservar a sus escogidos?”.

Piense en esto: No importa lo que suceda en el mundo, no importa cuán espantosas se vuelvan las noticias, cuán severamente se sacuda el mundo, cuánto se tambaleen las economías hacia el colapso; el pueblo de Dios no será avergonzado. Por supuesto que Dios trabajará con nuestra fe para cumplir su Palabra con nosotros. Podremos sufrir, pero él saldrá a favor de todos aquellos que confían plenamente en él. El mundo nunca nos podrá decir: “Su Dios no mantuvo su Palabra”.

No se equivoque, vamos a enfrentar situaciones imposibles en los días que vienen. Pero nuestro Dios dice que él es Dios de lo imposible, hace milagros donde no hay respuestas humanas. De hecho, por voluntad propia él pone su reputación en las manos de su pueblo, invitándonos a comprometerlo a su Palabra. Usted puede pensar: “Pero... Dios puede defender su propio nombre. El no me necesita.” ¡No es así! Dios ha escogido a su gente para que sean de testimonio a un mundo adormecido, insensible. Y él nos llama a comprometerlo abiertamente a hacer lo que él ha prometido.

Vea usted, a los ojos del mundo, Dios siempre está puesto a prueba. Los incrédulos siempre están mirando cada vez que enfrentamos situaciones imposibles, diciendo: “Esta persona canta que Dios le dará una salida para salvarlo. Ahora veremos si su Dios le responde. ¿Saldrá adelante de esta situación o terminará avergonzado?”

Los escépticos en los días de Jesús decían cosas similares en la crucifixión: “Este hombre fanfarroneaba que su Padre lo levantaría de los muertos. Ahora veremos. ¿Habrá resurrección o vergüenza?” Jesús no estaba sordo a esas burlas. Pero él sabía algo que ellos no sabían: Su Padre nunca permitiría que él fuera avergonzado. Dios no fallaría en librarlo por amor de su propio nombre.

Hay momentos que parecen como que Dios no se ha presentado, cuando parece que su gente será dejada avergonzada y sin esperanza, pero la historia completa aun no ha sido contada. (La cruz fue uno de esos momentos). Lo que no nos damos cuenta cuando estamos en medio de la crisis es que el propio honor de Dios está de por medio. Y a través de toda la Biblia vemos que él tuvo gente cuya fe, firme como una roca, probó su fidelidad aún en las circunstancias más difíciles. Esos siervos sin ninguna vergüenza comprometieron al Señor a actuar, poniendo Su honor en juego mientras confiaban en que él los libraría.

1. Considere el ejemplo de Moisés en el Mar Rojo.

Aquí había una situación humanamente imposible. Israel estaba escapando del ejército egipcio, encerrados de un lado por el mar y del otro por las montañas. Fue entonces que Moisés comprometió a Dios a sus promesas. El había profetizado que Dios guiaría a Israel a la Tierra Prometida. Ahora, la reputación del Señor estaba en juego para que todos lo viesen.

Puedo escuchar los reportes que llegaban al pueblo de que Faraón tenía a Israel atrapado. Todo Egipto esperaba que los Israelitas fueran traídos de vuelta en cadenas. Se prepararían desfiles para celebrar la victoria de Faraón, con ídolos dorados siendo exaltados sobre el Dios de Israel. ¿Cuál fue la reacción de Moisés ante esta crisis? Con el vasto mar enfrente de él, exclamó: “¡Hacia adelante!” Moisés, creyendo en el cuidado de Dios, confiando en su palabra de guiar a Israel a su promesa, él declaró: “Yo sé que el Señor es fiel. Y voy a actuar de acuerdo a su palabra”.

Piense en las consecuencias de tal fe. Si el Mar rojo no se abría milagrosamente, Moisés hubiera sido tomado como un tonto. Los Israelitas habrían vuelto a la esclavitud, y Dios nunca más habría sido digno de confiar. Pero todos nosotros sabemos lo que ocurrió: Cuando Moisés extendió su mano, las aguas se dividieron, y el pueblo caminó sobre tierra seca. Yo le aseguro que ninguno que confía plenamente en Dios será avergonzado. El cumplirá sus promesas por amor de su nombre.

2. Considere a Josué.

Por seis días Israel había marchado alrededor de la impenetrable ciudad de Jericó, diciendo: “Estos muros se vendrán abajo.” Para las personas que se encontraban dentro de Jericó, ésto les parecía totalmente absurdo. Se han de haber burlado de ellos. Entonces, finalmente en el séptimo día, se le ordenó al pueblo de Dios marchar, no sólo una vez, sino siete veces. En ese momento aún los Israelitas se han de haber sentido como tontos. Ellos pudieron haber pensado: “Nada sucedió en los primeros seis días. Ahora, esto parece un acto de desesperación. Seremos avergonzados si estos muros no caen.”

Pero tales pensamientos nunca pasaron por la mente de Josué. Él dijo: “Yo sé lo que escuché de parte de Dios, y yo sé que él es capaz de hacerlo”. El comprometió a Dios a cumplir su promesa, poniendo la gloria de Dios contra la pared. Conocemos lo que sucedió: “Entonces el pueblo gritó, y los sacerdotes tocaron las bocinas, y aconteció que…el muro se derrumbó. El pueblo subió luego la ciudad, cada uno derecho hacia adelante, y la tomaron” (Josué 6:20). Cuando los hijos de Dios lo comprometen a su Palabra, él nunca los dejará avergonzados.

3. Considere a los jóvenes hebreos.

Daniel y los tres jóvenes hebreos rehusaron postrarse en adoración ante el ídolo de oro de 30 metros de alto de Nabucodonosor. Ellos se mantuvieron firmes aún y cuando se les condenó a morir en un horno de fuego ardiendo. Mientras el perverso rey les preguntó sarcásticamente: “¿Qué Dios será aquel que os libre de mis manos?” (Daniel 3:15), los jóvenes comprometieron al Señor a sus promesas:

“No es necesario que te respondamos sobre este asunto. [No titubeamos en nuestra respuesta]. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo…Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (3:16-18). Ellos estaban tan confiados que Dios honraría su propio nombre, que se enfrentaron con disposición a una muerte segura.

Los líderes prominentes de toda la nación se juntaron para la ejecución: príncipes, gobernadores, jueces, jefes de las provincias de alrededor. Y Nabucodonosor ordenó que el horno se calentase siete veces más de lo acostumbrado, generando un calor tan espantoso que mató a los sirvientes encargados del horno. La multitud estaba horririzada, exclamando: “Esos hombres no pueden sobrevivir. Caerán muertos antes de que se acerquen a ese horno. Ningún Dios puede librarlos de ese destino.” Una vez más, el nombre del Señor estaba de por medio. Si él no intervenía, su nombre sería difamado en todas las naciones.

Pero el Señor nunca deja avergonzados a los que confían plenamente en él. Las Escrituras dicen que Jesús mismo se apareció en ese horno para proteger y confortar a sus siervos. Y los tres jóvenes hebreos salieron caminando fuera del horno sin tener ni siquiera el olor a humo en ellos.

4. Considere al Rey Ezequías.

Las Escrituras dicen que Ezequías era temeroso de Dios: “Siguió a Jehová, y no se apartó de él” (2 Reyes 18:6). Durante el reinado de Ezequías, Jerusalén estaba sitiada por los asirios, el imperio más poderoso del mundo en aquellos días. Este vasto ejército ya había capturado Samaria y las ciudades de Judá, y ahora habían rodeado a Jerusalén. Su capitán, burlándose, les dijo: “Hemos vencido a los dioses de todas las naciones. ¿Cómo esperan que su Dios los libre?"

Una vez más, el Señor estaba siendo puesto a prueba. Su fidelidad estaba siendo cuestionada delante de todo el imperio, ante los enemigos de Israel, y aún ante el pueblo de Dios. ¿Qué tal si él no actúa? ¿Qué pasaría si en la mañana una lluvia de flechas cayera sobre los muros de la ciudad? Los paganos se enaltecerían y la Palabra de Dios no significaría nada.

Mientras la crisis aumentaba, Isaías estaba de pie mirándolo todo. Él había recibido una palabra del Señor, y en ella confió completamente. Ahora él comprometió a Dios a esa palabra, poniendo la reputación del Señor contra la pared. Él oró, básicamente, así: “Dios, mi honor no importa. Si tú no nos libras, yo puedo esconderme en el desierto por siempre. Pero es tu honor el que está en juego”.

Con eso, Isaías tranquilamente le dijo a Ezequías que le dijera al capitán asirio: “No entrará en esta ciudad, ni echará saeta en ella; ni vendrá delante de ella con escudo, ni levantará contra ella un baluarte. Por el mismo camino que vino, volverá, y no entrará en esta ciudad, dice Jehová. Porque yo ampararé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo” (2 Reyes 19:32-34, énfasis añadido).

Dios nunca dejará avergonzados a aquellos que confían en él, y esa noche él hizo un milagro poderoso. Las Escrituras dicen que 185,000 soldados asirios murieron misteriosamente, causando un gran pánico, y el poderoso ejército se fue. Una vez más, Dios defendió a su pueblo por amor de sí mismo.

5. Considere a Pedro y a Juan en el Nuevo Testamento.

Mientras los dos discípulos caminaban hacia el templo, se encontraron con un pordiosero que era cojo de nacimiento. Probablemente, Pedro y Juan se habían encontrado antes con este hombre muchas veces, pero en esta ocasión se detuvieron. Las personas alrededor debieron de haber escuchado a Pedro decirle al pordiosero: “Míranos…en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hechos 3:4, 6).

Pedro estaba llamando al Señor para que actuara, poniendo en juego la mismísima gloria de Dios. La muchedumbre debió de haber comentado entre ellos: “Qué predicador tan tonto. Le está pidiendo a un hombre que ha estado lisiado toda su vida que se ponga de pie y camine”. Yo creo que esas personas estaban listas para burlarse de Pedro y Juan, y ponerlos en ridículo.

Entonces una sensación extraña comenzó a sentirse en los pies del lisiado. Primero, movió su tobillo. Luego, la sensación subió a sus piernas y muslos. Después, comenzó a inclinarse, lentamente se levantó y se puso de pie. Para asombro de la multitud, el hombre comenzó a saltar y a bailar.

Yo le pregunto: ¿Qué hubiera pasado si Dios no hubiese actuado? Eso nunca fue una preocupación para Pedro, el cual comprometió a su Dios para que lo hiciera. ¡El Señor nunca avergonzará a aquellos que confían en él!

Hoy en día, nosotros también somos llamados a poner en juego el honor, la gloria, y la reputación de Dios.

Piense en estos episodios bíblicos. En cada uno de ellos, todo aquello por lo que Cristo vino a la tierra y aquello por lo que murió, estaba en juego. Sin embargo, a través del Antiguo y del Nuevo Testamento, el plan, propósito y pueblo de Dios sobrevivieron. Y en cada caso, Dios no solamente llamó a sus hijos a que confiaran en él sino a que creyeran que él hace milagros. Usted dígame, ¿demandaría el Señor menos que eso de nuestra generación?

Considere el testimonio que hemos dado acerca de nuestro glorioso Señor. Hemos dicho que él proveerá, llamándolo Jehová Yireh. Hemos declarado sus promesas acerca de suplir para sus hijos. Ahora, una vez más, su nombre y su honor están en juego. Si lo comprometemos a actuar, él nos promete: “Actué a causa de mi nombre, para que no se infamase a la vista de las naciones ante cuyos ojos los había sacado [a Israel]” (Ezequiel 20:14). En esencia está diciendo: “Cuando libré a Israel, no lo hice en un rincón escondido. Yo les hice milagros ante los ojos de todo el mundo. Ahora, quiero hacer lo mismo en su generación.”

Amado santo, ¿está usted enfrentando una situación en la cual aún no ha comprometido a Dios? ¿Está usted siendo llamado a poner su fe en un lugar desconocido y distante? ¿Ha llegado a la conclusión que “sólo un milagro del Señor puede salvarme”? Tal vez no podemos imaginarnos cómo es que Dios nos librará; nadie en la Biblia lo supo tampoco. Pero sí sabemos esto: Tan sólo uno de sus ángeles puede desbandar a 185,000 hombres. ¡El Señor nunca dejará que su pueblo sea avergonzado!

Ahora mismo, él nos está diciendo de la misma manera que le dijo a Israel: “Yo te rescaté de tus pecados. Y te he puesto a la vista de todos a tu alrededor para glorificar mi nombre. Fui yo quien te llamó. Y yo te libraré a la vista de los impíos, por amor de mi nombre.” Así que, ¿caminará usted de ahora en adelante en lo que predica y dice que cree? ¿Comprometerá a Dios a su Palabra para que su nombre sea glorificado ante multitudes?

Que todos nosotros podamos adoptar la oración de David para estos tiempos: “Y tú, Jehová, Señor mío, favoréceme por amor de tu nombre; Líbrame, porque tu misericordia es buena” (Salmo 109:21, énfasis añadido). Dios nunca avergonzará a los que confían en él. Él cumplirá su Palabra para con usted porque su propio honor está en juego.

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