El Puente Entre la Tierra Y el Cielo
Mientras los pastores admiraban al bebé en el pesebre, vieron a un Salvador que redimiría a toda la humanidad. Cuando los sabios lo vieron, vieron a un Rey que conquistaría la muerte. Y cuando los profetas miraron hacia adelante, vieron un Emancipador que abriría las puertas de la prisión, rompería cadenas y liberaría a los cautivos. Todos ellos tenían su visión de quién era Jesús y por qué vino.
Cristo nació en un mundo de incredulidad, cuando el pueblo de Dios vivía bajo el terrorífico control del Imperio Romano. Los líderes religiosos de Israel no ofrecían mucha esperanza. Los fariseos creían que la salvación se podía lograr a través de las obras, lo cual enredaba las leyes de Dios en un sistema rígido de logro imposible. Y los saduceos ni siquiera creían en la resurrección. De hecho, muy pocas personas tenían una visión de una existencia eterna. Esta era la oscuridad en la que Jesús entró.
Al mirar hacia el pesebre, vemos a Cristo como el puente entre la tierra y el cielo, cruzando el abismo de la muerte que separa la vida temporal de lo eterno. Un día vamos a cruzar ese puente y ello tendrá lugar en un abrir y cerrar de ojos: “Todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Corintios 15:51-52).
Podríamos reflexionar sobre tales misterios, pero la verdad es que nuestra imaginación simplemente no puede comprender la gloria y el poder de Dios. Nuestros cerebros son demasiado finitos. Pero podemos estar seguros de esto: Debido a que Jesús vino a la tierra, vendrá un nuevo mundo. Un mundo sin pecado, pobreza o enfermedad. Nuestro Salvador nació para traer vida, vida eterna, así que esta temporada de Navidad, mantengamos un estado mental de resurrección. Una mente y un corazón llenos de esperanza de la vida que tenemos disponible gracias al niño Jesús, nacido en un pesebre.