El Sonido de Su Voz

Jesús vivió su vida sobre la tierra dependiendo completamente del Padre Celestial. Nuestro Salvador no hizo ni dijo nada hasta consultar primero con su Padre en la gloria. Y no realizó ningún milagro excepto aquellos que el Padre le dijo que hiciera. Él declaró, "Según me enseñó el Padre, así hablo. Y… no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada" (Juan 8:28-29).

Cristo lo hace muy claro: él fue guiado diariamente por su Padre. Y su práctica de total dependencia, siempre escuchando la voz de su Padre, era parte de su diario caminar. Vemos esto en una escena del Evangelio de Juan. Un día de reposo, Jesús estaba paseando cerca del estanque de Betesda cuando vio un hombre lisiado sobre una estera. Cristo se volvió al hombre y le ordenó que recogiera su cama y caminara. Inmediatamente, el hombre fue sanado. Se alejó sano.

Los líderes judíos se enfurecieron por esto. En sus mentes, Jesús había quebrantado el día de reposo sanando al hombre. Pero Cristo contestó, "Sólo hice lo que mi Padre me dijo que hiciera." Él explicó, "Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo… No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; por que todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace" (Juan 5:17-20).

Jesús simplemente declaró, "Mi Padre me ha enseñado todo lo que estoy supuesto a hacer." Puede preguntarse: ¿cuándo, exactamente, Dios el Padre le mostró a Cristo qué hacer?" ¿Cuándo vio Jesús a Dios obrando milagros? ¿Cuándo el Padre le habló sobre todo lo que él diría y haría?

¿Todo esto pasó en la gloria, antes que Cristo llegara a encarnarse? ¿Los dos se sentaron juntos antes de la creación, y exponían cada día de la vida de Jesús? ¿El Padre le decía a su Hijo, "El segundo día de reposo del sexto mes judío, estarás caminando por el estanque de Betesda. Encontrarás a un hombre lisiado allí. ¿Ordénale al hombre que se levante y ande?"

Si esto fuera así, ninguno de nosotros podría relacionarse con esto. Tal arreglo no tendría relevancia con nuestro caminar diario con el Señor. Aún, sabemos que Jesús vino a poner un modelo para seguirlo. Después de todo, él vino a la tierra para experimentar todo lo que nosotros experimentamos, sentir todos nuestros sentimientos, y ser tocado con nuestro dolor y enfermedades. A su vez, debemos vivir como él vivió, y caminar como él caminó.

El hecho es que, Jesús, en su carne, tenía que confiar en un diario obrar interno de la voz del Padre. Tenía que depender del Padre en todo momento, para oír su voz dirigiéndole. Por otra parte, Cristo simplemente no podría haber hecho las cosas que hizo. Jesús tenía que oír la voz de su Padre hora tras hora, milagro tras milagro, un día a la vez.

¿Cómo pudo Jesús oír la sosegada y pequeña voz de su Padre? La Biblia nos muestra que pasó a través de la oración. Una y otra vez, Jesús iba a un lugar solitario para orar. Aprendió a oír la voz del Padre mientras estaba sobre sus rodillas. Y su Padre fue fiel al mostrarle todo lo que tenía que hacer y decir.

Imagínese a Jesús enfrentándose a una decisión mayor, tal como escoger a sus discípulos. ¿Cómo escogería el Señor los doce de las vastas multitudes que lo seguían? Tenía que ser una decisión importante. Después de todo, estos discípulos formarían los pilares de su iglesia del Nuevo Testamento. ¿Le dio su Padre los doce nombres mientras todavía estaba en la gloria? En ese caso, entonces ¿por qué Jesús pasó una noche entera en oración antes de nombrar a los doce?

Lucas nos dice, "En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios." (Lucas 6:12). La mañana siguiente, Jesús llamó a los doce. ¿Cómo los conoció? El Padre se lo había revelado la noche anterior.

Es más, esa misma noche, el Padre le dio las bienaventuranzas a su Hijo, aquellos dichos del Sermón del Monte: "Bienaventurados los pobres… bienaventurados los que lloran… Si juzgas… " (vea Mateo 5-7). Jesús lo había recibido todo directo del corazón del Padre.

Fue durante estas horas a solas con el Padre que Cristo oyó su voz hablar. De hecho, Jesús recibió cada palabra de aliento, cada advertencia profética, mientras estaba en oración. Él hacia peticiones al Padre, le adoró, y se sometió su voluntad. Y después de cada milagro, cada enseñanza, cada enfrentamiento con un Fariseo, Jesús se apuraba para tener compañerismo con su Padre.

Vemos este tipo de devoción en Mateo 14. Jesús acababa de recibir noticias de la muerte de Juan el Bautista. "Oyéndolo Jesús, se apartó de allí en una barca a un lugar desierto y apartado (Mateo 14:13). (Me pregunto si fue al mismo desierto dónde Juan había pasado años en meditación y preparación para el ministerio.)

Jesús estaba allí solo, orando y profundamente afligido por la muerte de Juan. Juan había sido un amigo querido, así como un profeta respetado de Dios. Ahora, mientras Cristo confraternizaba con el Señor, le pidió y recibió gracia. Y, allí en el desierto, encerrado con su Padre, Jesús recibió dirección para el próximo día.

Así que, ¿qué hizo Jesús en ese punto? Usted pensaría que él buscaría descansar o una comida tranquila. Quizás él reuniría a unos cuantos de sus discípulos más cercanos y recontaría los eventos del día. O, quizás deseaba ir a Betania, para ser rejuvenecido por la hospitalidad de la familia de María y Martha.

Jesús no hizo ninguna de estas cosas. La Escritura dice, "Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo" (14:23). Una vez más, Jesús se apresuró hacia el Padre. Él sabía que el único lugar para recuperarse estaba en la presencia del Padre.

Ahora, Jesús estaba totalmente consciente de las obras que vino a hacer en la tierra. Todas habían sido resaltadas en la Escritura: sanaría al enfermo y afligido, abriría los ojos del ciego, consolaría a los corazones destrozados, abriría las puertas de la prisión, libertaría a los cautivos, satisfaría el hambre y sed de las multitudes. Aún así, en su caminar diario, Jesús no hizo ninguna de estas cosas sin someterse primero al Padre. Aunque estas obras habían sido puestas ante él, siempre buscó la dirección de su Padre momento a momento.

La Escritura nos dice que en ocasiones Jesús sanaba "a todos los que le tocaban." Pero, otras veces, no sanaba debido a la incredulidad de las personas. ¿Cómo sabía Jesús cuándo sanar y cuándo no? Él tenía que oír la queda y quieta voz de su Padre, dándole una palabra de dirección. Y se gloriaba en oír la voz de su Padre.

Lo mismo es verdad en nuestro llamado. Sabemos todas las cosas que la Escritura requiere de nosotros: debemos amarnos unos a otros, orar sin cesar, ir por todo el mundo y hacer discípulos, estudiar para mostrarnos aprobados, caminar en rectitud, ministrar a los pobres, enfermos, necesitados y encarcelados. Pero, también debemos hacer ciertas cosas que no se mencionan en la Escritura. Enfrentamos ciertas necesidades en nuestro diario caminar, a través de crisis u otras situaciones urgentes. En tales momentos, necesitamos que la voz de nuestro Padre nos guíe, diciéndonos las cosas no resaltadas en sus mandamientos. Dicho simplemente, necesitamos oír la misma voz del Padre que Jesús oyó mientras estaba sobre la tierra.

Sabemos que Cristo tenía este tipo de intercambio con su Padre. Él dijo a sus discípulos, "Todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer" (Juan 15:15). También le dijo a los líderes religiosos, "(he) hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abrahán." (8:40) ¿Qué quiso decir Jesús con esta última frase? Él estaba diciéndoles a los maestros de Israel, "les he dado directamente la verdad desde el corazón de Dios. Abrahán no podía hacer eso."

Cristo estaba diciendo, "Ustedes viven una teología muerta. Estudian el pasado, honrando a su padre Abrahán, aprendiendo reglas y regulaciones para sus vidas. Pero lo que estoy hablándoles no es de alguna historia remota. Acabo de estar con el Padre. Él me dio lo que estoy predicándoles. Él me mostró lo que necesitaban oír."

Juan el Bautista testificó contra estos mismos líderes religiosos: "Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio" (Juan 3:32). Hoy, Jesús está hablándonos el mismo mensaje: "Están satisfechos escuchando sermones tomados de algún libro de referencia. Pero la Palabra que quiero darles es fresca."

He estado preguntándole al Señor si es posible hoy, en este tiempo de gracia, vivir como él lo hizo. ¿Podemos estar totalmente dependientes en la voz del Padre de la gloria? ¿Es posible oír su dirección para nuestras vidas día a día, momento a momento? ¿Hay tal caminar para nosotros, para que también podamos decir, "hablo solamente lo que escucho del Señor, y hago sólo lo que le veo hacer?"

Conozco el gozo que viene de estar encerrado a solas con Cristo. Viene de adorarle, ministrarle a él, esperar que él revele su corazón. Llamo este tiempo alimentando a Jesús. Me siento en su presencia, escuchando por su voz quieta y queda. Y él me habla, enseñándome, ministrándome por su Espíritu Santo, mostrándome cosas que nunca podría aprender de un libro o persona. Su verdad toma vida en mi espíritu. Y mi corazón salta dentro de mí.

Claro, que no he logrado todo, aun me falta. Este tipo de experiencia ocasional todavía no ha llegado a ser un estilo de vida para mí. Así que, le he estado preguntando al Señor, ¿es posible la vida totalmente dependiente? ¿O es simplemente una ilusión? ¿Estoy soñando con algo que es imposible cumplir?"

Creo que la mayoría de nosotros vivimos por debajo de los privilegios que tenemos como hijos de Dios. Por ejemplo, leo de Elías que estaba de pie ante el Señor oyendo su voz. Leo de Jeremías de pies en la presencia de Dios, oyendo su consejo. Él clama, "¿Quién estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó Su palabra? ¿Quién estuvo atento a Su palabra, y la oyó?" (Jeremías 23:18). Leo un lamento similar de Isaías: “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda" (Isaías 30:21).

¿Por qué Dios no hablaría en nuestra generación, cuándo hay tanto miedo e incertidumbre? El mundo está en confusión, buscando respuestas. ¿Por qué el Señor estaría callado ahora, cuándo necesitamos oír su voz más que nunca? Trágicamente, muchos ministros hoy predican sermones sin vida. Sus mensajes ni convencen de pecado ni responden a los profundos lamentos del corazón. Esto es absolutamente criminal. Filosofías vacías desparramadas en un tiempo de gran hambre sólo causarán un dolor mayor en los oidores.

Juan el Bautista enseñó, "El que tiene la esposa es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido" (Juan 3:29). El significado griego literal traduce, "El amigo del novio, que mora y continúa con él." Juan el Bautista estaba diciendo a sus discípulos, "he oído la voz del novio. Y ha llegado a ser mi más grande gozo. Su sonido llena mi alma. ¿Cómo pude oír su voz? Estando de pie cerca de él, escuchándole expresar de su corazón."

Puede preguntarse: ¿cómo aprendió Juan el sonido de la voz de Jesús? Hasta donde sabemos, los dos sólo tuvieron un encuentro cara a cara, en el bautismo de Cristo. Y ése fue un intercambio muy breve, consistiendo sólo de pocas palabras.

Juan aprendió a oír la voz del Señor como Jesús hizo: solo en el desierto. Este hombre se había aislado en el desierto a una edad muy temprana. No se permitía ningún placer de este mundo, incluyendo deliciosas comidas, una cama suave o incluso ropas cómodas. No tuvo ningún maestro, ni mentores, ni libros. Durante esos años solo, Juan tuvo compañerismo con el Señor. Y todo ese tiempo estaba siendo enseñado por el Espíritu para oír la quieta y queda voz de Dios. Sí, Cristo habló con Juan incluso antes de que él fuera encarnado.

Juan aprendió todo lo que sabía estando en comunión continua con el Señor. Así fue cómo recibió el mensaje de arrepentimiento, reconoció la venida del Cordero, y percibió su propia necesidad de disminuir mientras el Mesías incrementaba. Juan aprendió todas estas cosas del Señor. Y el sonido de la voz de Dios era su gozo.

Vemos este tipo de vida trazada en las Escrituras. No estoy hablando sólo sobre la vida aislada de un profeta. Primero, está el ejemplo de Jesús. Su vida era ocupada, a menudo con todas las horas repletas. Pero el corazón de Cristo estaba fijo en buscar al Padre diariamente. Le dio a Dios un tiempo de calidad precioso, sentándose a sus pies, ministrándole, y escuchando su voz. Y fue enseñado y dirigido por su Padre todos los días.

Puede preguntar, "¿Pero qué del resto de nosotros? Jesús era literalmente el Hijo de Dios, engendrado del Padre. Nadie puede con toda posibilidad compararse a su ejemplo."

Considere a Cornelio, el centurión. Este hombre no era un predicador o un ministro laico. De hecho, siendo un Gentil, ni siquiera era contado entre el pueblo de Dios. Pero, la Escritura dice que este soldado era "piadoso, y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre" (Hechos 10:2).

Aquí estaba un hombre ocupado. Cornelio tenía 100 soldados bajo su orden inmediata. Pero oraba en cada momento libre. Y un día, mientras oraba, el Señor le habló. Un ángel apareció, llamando a Cornelio por nombre. El centurión lo reconoció como la voz de Dios. Él contestó, "¿Qué es, Señor?" (10:4).

El Señor le habló directamente a Cornelio, diciéndole que buscara al apóstol Pedro. Le dio instrucciones detalladas, incluso nombres, una dirección, aún las palabras que decir. Entretanto, Pedro estaba orando en un tejado cuando allí “le vino una voz" (10:13). De nuevo, el Espíritu Santo dio instrucciones detalladas: "Pedro, estás a punto de oír a unos hombres en la puerta. Ve con ellos, porque los he enviado" (vea 10:19-20).

Pedro siguió a los hombres a la casa de Cornelio para una cita verdaderamente divina. Lo que pasó allí impactó a toda la iglesia Pentecostal Judía. El Señor abrió el evangelio a los Gentiles. Pero, la cosa más dura para los creyentes judíos aceptar era que Dios había hablado a un común e inexperto Gentil. No podían entender cómo Cornelio había oído la voz de Dios tan claramente, y hablada con tal poder. Esto desafió a cada creyente allí.

Pablo también recibió una revelación de Jesús directamente del cielo. Él testificó que las cosas que le mostraron sobre Cristo no fueron enseñadas por ningún hombre. Más bien, había oído la voz del propio Jesús, mientras estaba sobre sus rodillas en oración. "Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo" (Gálatas 1:11-12). "agradó Dios,… revelar a Su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre" (1:15-16).

Ahora, había grandes maestros en el día de Pablo, líderes que eran poderosos en la Palabra de Dios, como Apolo y Gamaliel. Y allí estaban los apóstoles que habían caminado y hablado con Jesús. Pero Pablo sabía que una revelación de segunda mano de Cristo no sería lo suficientemente buena. Tenía que recibir una revelación siempre creciente de Jesús, de parte del Señor mismo.

Claro, Pablo no estaba contra los maestros. Después de todo, él era uno. Él enseñó, "(Dios) constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros" (Efesios 4:11). Pero Pablo sabía que estaba por salir a enfrentar un mundo Gentil impío. Y necesitaba una revelación personal de Jesús para sostenerlo. De hecho, Pablo dijo que cada creyente necesita ser enseñado del Señor: "si en verdad le habéis oído, y habéis sido por El enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús" (4:21).

Hay veintenas de ministros bien entrenados hoy, hombres altamente respetados de aprendizaje avanzado. Han pasado años en el seminario, estudiando teología, filosofía y ética. Y han sido enseñados por maestros dotados, hombres estimados que son expertos en sus campos.

Pero cuando muchos de éstos ministros entrenados se colocan en el púlpito para predicar, hablan sólo palabras vacías. Pueden decirte muchas cosas interesantes sobre la vida y ministerio de Cristo. Pero lo que dicen deja tu espíritu frío. ¿Por qué? No tienen una revelación de Jesús, ninguna experiencia personal con él. Todo lo que saben de Cristo ha sido filtrado a través de las mentes de otros hombres. Su perspicacia son enseñanzas meramente prestadas.

Pablo estaba realmente preguntando a los Efesios, "¿Cómo aprendieron a Cristo?" En otras palabras: ¿quién les enseñó lo que saben de Jesús? ¿Vino de los muchos sermones que han oído o de sus clases de Escuela Dominical? Si es así, eso es bueno. ¿Pero ése es el límite de lo que conocen de Cristo? No importa cuán poderosamente su pastor puede predicar, o cuán ungidos puedan estar sus maestros. Ustedes necesitan más de Jesús que el simple conocimiento intelectual.

Muchos creyentes están satisfechos con lo que llamo una inicial, una primera revelación del poder y gracia salvadora de Cristo. Ésta es la única revelación de Jesús que han tenido. Testifican, "Jesús es el Mesías, el Salvador. Él es el Señor, el Hijo de Dios." Todo verdadero creyente experimenta esta maravillosa revelación que cambia la vida. Pero ése es sólo el primer paso. Lo que queda delante es una vida de revelaciones más profundas, más gloriosas de Cristo.

Pablo sabía esto. Él recibió una revelación increíble de Jesús en el camino a Damasco. Pablo fue tumbado literalmente de su caballo, y una voz le habló desde el cielo. Ninguna persona alguna vez tuvo una revelación más personal de Cristo que esta. Pero Pablo sabía que esto era sólo el principio. Desde ese momento en adelante, "me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Corintios 2:2).

Mateo proporciona un ejemplo contundente de una revelación de una vez de Cristo. Jesús acababa de entregar una enseñanza dura a las multitudes, y muchas personas volvieron atrás. Así que Jesús reunió a sus discípulos y preguntó "¿Quien decís que soy yo? Simón Pedro contestó y dijo, Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15-16).

Jesús declaró, “Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre qué está en los cielos" (16:17). Cristo estaba diciendo, "No obtuviste esta revelación sólo por caminar conmigo, Pedro. Mi Padre te lo reveló desde el cielo." Para abreviar, Pedro recibió la revelación gloriosa, inicial que viene a todos los que creen. La gloria de la salvación de Cristo estaba siendo revelada en él.

Pero luego, leemos, "Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo" (16:20). ¿Por qué Jesús dijo esto? ¿El cielo mismo no había anunciado que él era el Cordero de Dios que vino a salvar al mundo?

El hecho es, los discípulos no estaban listos para testificar de él cómo el Mesías. Su revelación de él estaba incompleta. No sabían nada de la cruz, el camino del sufrimiento, las profundidades del sacrificio de su Maestro. Sí, ellos ya habían sanado enfermos, expulsado demonios y testificado a muchos. Pero aunque habían estado con Jesús durante esos años, todavía no tenían ninguna revelación profunda y personal de quién él era.

El siguiente versículo confirma esto: "Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos… " (16:21). En otras palabras, Cristo comenzó a revelarse a ellos, mostrándoles cosas más profundas acerca de si mismo. El resto del versículo continúa, "… que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día" (16:21).

¿Has sido enseñado por Jesús en tu habitación secreta de oración? ¿Le has buscado por cosas que no puedes recibir de los libros o maestros? ¿Te has sentado calladamente en su presencia, esperando oír su voz? La Biblia dice que toda la verdad está en Cristo. Y sólo él puede impartírtela, a través de su bendito Espíritu Santo.

Una pregunta puede levantarse ahora en tu mente: “¿No es peligroso abrir mi mente a una voz quieta y queda? ¿No es por eso que tantos cristianos entran en problemas? El enemigo viene e imita la voz de Dios, diciéndoles que hagan o crean alguna cosa ridícula. Y terminan engañados. ¿No es la Biblia la única voz que se supone que consideremos? ¿Y no es el Espíritu Santo nuestro único maestro?"

Aquí está lo que creo en este asunto:

  1. Como el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo es una persona inconfundible, viviente, poderosa, inteligente, y divina en sí mismo. Él no es una persona de carne, sino de espíritu, una personalidad en su propio derecho. Y él gobierna la iglesia. Él trae el orden divino, consuela al herido, fortalece al débil, y nos enseña las riquezas de Cristo.
  2. La Escritura llama al Espíritu Santo el Espíritu del Hijo: "Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo" (Gálatas 4:6). También es conocido como el Espíritu de Cristo: "Qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos" (1 Pedro 1:11). "Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él" (Romanos 8:9). Está claro que el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo son uno y el mismo. Cristo es Dios, y el mismo Espíritu emana de ambos. El Espíritu Santo es la esencia de ambos Padre e Hijo, y es enviado por ambos.
  3. Hay una forma en que podemos ser protegidos de la decepción durante la oración profunda y escrutadora. Nuestra protección está en esperar. La voz de la carne siempre tiene prisa. Quiere la satisfacción instantánea, así que no tiene paciencia. Siempre se enfoca en el yo en lugar del Señor, siempre buscando apresurarnos de la presencia de Dios.

Ahora, la voz del enemigo es paciente, pero sólo hasta cierto punto. Puede ser suave, dulce, segura y lógica. Pero si la probamos simplemente esperando - es decir, no actuando enseguida, probándola para ver si es la voz del Señor - se impacientará y se expondrá. Repentinamente se pondrá fea y exigente, gritándonos y condenándonos. Entonces podemos saber que no es la voz de Dios.

Por eso es que la Biblia dice una y otra vez, "Espera en el Señor… espera en él… espera." Es durante nuestra espera que estas otras voces son expuestas, o se cansan y se van. Debemos a esperar, esperar, esperar, para que tanto el cielo y el infierno sepan que no nos rendiremos hasta el Señor tome control.

Vemos esto demostrado en Jeremías 42. Un remanente del pueblo de Dios vino a Jeremías buscando una palabra de dirección del Señor. Así que el profeta fue a la oración. Entonces, "Aconteció que al cabo de diez días vino palabra de Jehová a Jeremías" (Jeremías 42:7). En el décimo día, Dios finalmente habló a Jeremías. El profeta había esperado pacientemente hasta saber que estaba oyendo la voz de Dios.

También somos protegidos de otra forma: debemos medir todo lo que oímos por la Biblia. Y no debemos aceptar nada si no se conforma a la Palabra de Dios.

Así que, sí, querido santo, tal caminar es posible. Que llegue a ser nuestra santa obsesión.

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