El Toque de Dios

Cuando el Señor toca a alguien, esta persona es llevada a sus rodillas. Esta persona entonces, llega a una intimidad con Cristo. Y de esa intimidad, recibe revelaciones frescas del cielo. Esta persona está ansiosa por llevar sus pecados ocultos al Espíritu Santo, para que sean mortificados. Su alma es renovada, y entra a un lugar de descanso. Y comienza a ministrarle a Cristo con una pasión nueva y un amor más grande.

Mas que nada, este siervo esta más y más conciente del juicio venidero. Él sabe que tendrá que estar ante el trono de Dios y responder a una gran pregunta: “¿cómo representaste a Cristo ante el mundo perdido?” Por cierto, todos tendremos que confrontar esta pregunta ante el Juicio: “¿Cómo testificaste de Cristo ante los inicuos? ¿Cómo lo manifestaste por la forma en que vivías y actuabas? ¿Cómo lo representaste en tu vida?”

Este es el único criterio por el cual seremos juzgados en aquel día. No importa si estuvimos encerrados con Dios como Moisés, recibimos grandes revelaciones como Daniel, fuimos santificados como Pablo, o predicamos con audacia como Pedro. Cada uno será juzgado por este estándar singular: ¿cómo expresamos en nuestras vidas quién Jesús es y como es él?

El Espíritu Santo estableció este estándar de juicio después del Pentecostés, conforme Cristo establecía su iglesia. Roma estaba en el poder entonces. El espíritu de aquel imperio era uno de orgullo, arrogancia y materialismo. Roma rechazaba al oprimido, incluyendo a las viudas, los huérfanos y los pobres. Desde el Eufrates hasta el Atlántico, grandes monumentos conmemoraban las victorias militares de Roma. Palacios fueron construídos para los héroes de guerras del imperio. Pero en ninguna parte había una casa o institución para los pobres o desamparados. Por ninguna parte del imperio había indicio alguno de la preocupación por los pobres.

Este espíritu de orgullo y codicia también impregnó al reino judío. Los líderes religiosos de Israel estaban empeñados en la adquisición de riquezas y propiedades. Los fariseos usaron trampas legales para robar las casas de las viudas. Mientras tanto, los huérfanos fueron abandonados, y los desamparados eran abusados. Los trabajadores de clase inferior fueron engañados de sus salarios. Les decían que ellos merecían ser pobres, que Dios les estaba do por sus pecados. Por todo Israel, la actitud predominante era, “Sálvese quien pueda.” Pasaban la vida acumulando, deseando, queriendo más y nunca tenían suficiente.

En medio de esta sociedad codiciosa, egocéntrica, y materialista, Cristo derramó su Espíritu sobre un remanente santo. De repente, vientos poderosos soplaron, edificios se sacudieron, y apareció fuego sobrenatural. Cristianos incultos comenzaron a hablar en idiomas que ellos nunca aprendieron. Y los apóstoles de Jesús predicaron el evangelio de condenación con poder. En los días que siguieron, la iglesia adorada, alababa y se movía en con poder sobrenatural: “…los que recibieron su palabra, fueron bautizados…y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, y en el partimiento del pan, y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles” (Hechos 2:41-43).

La población de Jerusalén estuvo asombrada por lo que vieron. Ellos preguntaron, “¿Qué significan todas estas cosas?” Era el Espíritu Santo dándoles poder a la gente de Dios para testificar a Cristo al mundo. Estos creyentes eran ahora sus epístolas vivientes. Su poder les permitió vivir de tal modo que ellos con audacia podrían declarar, “Esto es quién Jesús es. Nuestras vidas son un testimonio de la naturaleza y el amor de Dios.”

Usted puede preguntarse quiénes eran los espectadores, de quienes la Escritura dice “estaban atónitos y maravillados” por los acontecimientos milagrosos (2:7). ¿Quiénes eran estos forasteros, “diciendo, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra propia lengua en la que hemos nacido?” (2:7-8).

El siguiente verso contesta esta pregunta: “Partos, medos, y elamitas, y los habitantes en Mesopotámia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto, y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto, y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos y como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (2:9-11).

La gente que fue testigo de estos acontecimientos eran visitantes a Jerusalén, mercantes, comerciantes, y viaj . guramente que sus informes se extenderían al resto del mundo. Pero, ¿cómo describirían estos viajeros de lo que ellos fueron testigos? ¿Enfocarían las lenguas, las señales y maravillas, el viento y el fuego del cielo?

Ninguna de estas cosas sería el enfoque. Ese no fue el testimonio que el Espíritu Santo vino a dar. Todas estas maravillas eran simplemente manifestaciones, con la intención para la edificación y sanidad de los creyentes. Entonces, ¿cual sería el testimonio de Cristo?

Casi todos los sermones acerca del Pentecostés enfocan las señales y maravillas realizadas por los apóstoles. O, ponen énfasis en los 3,000 que fueron salvados en un día, o las lenguas y la aparición de fuego. Pero no oímos acerca del acontecimiento que fue la mayor maravilla de todo. Este acontecimiento llevó a multitudes de regreso a sus naciones con una impresión viva, inequívoca de quién Jesús es.

Usted ha oído de señales y maravillas. Quiero decirles acerca de las “señales maravillosas” de esta historia. De la noche a la mañana, miles de letreros de venta aparecieron delante de casas por toda Jerusalén y el área adyacente. La escritura dice, “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y posesiones, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno…no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad: (Hechos 2:44-45; 4:34-35).

¿Puede imaginarse la escena en Jerusalén? Cantidades de casas, tierras y fincas de repente se estaban vendiendo. Bienes del hogar se estaban vendiendo también: muebles, ropa, artesanía, cosas de cocina, obras de arte. En las calles, en los mercados, en cada puerta de la ciudad, cientos de anuncios leían, “Bienes en Venta.” Esto tuvo que ser la venta de garaje más grande en la historia de Jerusalén.

No, los bienes que ellos vendieron eran cosas que tenían por encima de sus necesidades, cosas no esenciales para vivir. En algunos casos, estas cosas probablemente habían formado fortalezas en los corazones de sus dueños. Entonces los bienes fueron vendidos, convertidos en dinero efectivo, y donados para mantener a las viudas de la iglesia, huérfanos y desamparados.

He aquí el testimonio que salió de Jerusalén. Este era el mensaje que el Espíritu de Dios quizo extender en todo el mundo: Sólo el poder de Dios podía romper el espíritu de materialismo que tuvo a Israel en sus embragues durante siglos.

Piense en el poder que tomó sacudir y despertar a una gente egocéntrica y codiciosa que durante cientos de años había despreciado al pobre. Los forasteros que oyeron a estos creyentes hablar en sus propias lenguas ahora los vieron vender sus bienes valiosos. Y estos bienes no eran trastos. Obviamente fueron vendidos como un sacrificio. Otra vez, los espectadores tuvieron que preguntar, “¿qué esta pasando? ¿Por qué hay tantos anuncios de venta? ¿Sabe esta gente algo que no sabemos?”

Cualquier creyente al alcance de la voz respondería, “No, somos seguidores de Jesús. Dimos nuestros corazones al Mesías, y su Espíritu nos ha cambiado. Ahora hacemos las obras de Dios. Él predicó al pobre y se asoció con leprosos. Él ministró a las viudas y cuidó de los huérfanos. Y recibimos una palabra del Espíritu Santo que debemos hacer lo mismo. Estamos vendiendo estos bienes para recaudar el dinero para el pobre y desválido. Esa es la obra de Jesucristo.”

Imagínese las conversaciones que tomaron lugar por toda la ciudad. En cafeterías, sinagogas y mercados, un comerciante pudo haberle dicho al otro, “finalmente compré aquella propiedad, que quise durante años. Todo este tiempo, el dueño ha tratado de engañarme con un precio alto. Él es un Fariseo, y he estado regateando con él durante años. Bueno, él vino a mí ayer, y me dio un precio razonable.

“Le pregunté qué lo hizo cambiar de opinión. Él dijo que es un seguidor de Jesús ahora. Él fue lleno del Espíritu Santo, y ya no es esclavo a la adquisición de cosas. Además, el dinero de la venta es para alimentar al pobre, así como a viudas y huérfanos.”

Aquí estaba el testimonio de Pentecostés. El mundo vio a aquellos creyentes con poder amándose el uno al otro, vendiendo sus bienes, dando al necesitado. Y esto es exactamente lo que el Espíritu Santo quería de ellos. Él deseaba un testimonio vivo del amor de Dios al mundo. Estaban proclamando el evangelio de Cristo por sus acciones.

Usted recuerda la historia de Ananías y Safira. Ellos fueron los creyentes que cayeron muertos en la iglesia porque tergiversaron quién Jesús es. Ellos mintieron a Pedro acerca de la cantidad que recibieron por la tierra que vendieron. Pero Pedro les dijo que habían mentido al Espíritu Santo. Ciertamente, si algún cristiano miente a cualquier hombre, es como si aquella persona ha mentido a Dios.

¿Cuál exactamente era la mentira de esta pareja? Esto era su malversación del dinero designado para el pobre. Quizás le declararon al comprador, “Todo lo que usted nos paga es para la causa de Cristo. Todo esto va a las viudas y los pobres.” Pero ellos se quedaron con una parte del dinero.

En el Día del Juicio, muchas personas van a ser acusadas por malgastar lo que fue designado para una causa caritativa. Pienso en las organizaciones que recaudaron cientos de millones de dólares para las víctimas de la tragedia del 11 de Septiembre, pero asignaron gran parte para ellos. Pienso también en los ministros que recaudaron dinero para aquellas mismas viudas y huérfanos, pero lo han malgastado. Les digo, ellos no tienen que temer al servicio de rentas internas americano. Ellos tienen que temer a Dios Todopoderoso, que lleva los libros hasta el último centavo.

Este es el mensaje detrás de la historia de Ananías y Safira: no toquemos lo que le pertenece al pobre y necesitado. Dios no permitirá que su Hijo sea mal representado ante el mundo por aquellos que se llaman por su nombre.

(Incluso los Musulmanes reconocen cuán serio es este testimonio. Recientemente leí sobre un tele maratón Saudita que recaudó dinero para las familias sobrevivientes de “mártires” palestinos [incluyendo los bombarderos suicidas que atacaron a Israel]. El tele maratón fue patrocinado por el estado, y el rey Saudita donó los primeros $2.7 millones de dólares. Una princesa donó su Rolls Royce. Un hombre ofreció uno de sus riñones. Una mujer entregó su dote completa que sumaba $17,000 dólares. Las masas de personas fueron a la estación de televisión para echar dinero en efectivo en cajas sostenidas por niños en sillas de ruedas. Todos querían demostrar que Alá ama a sus niños.

En total, $155 millones de dólares fueron recaudados durante aquel tele maratón Saudita. Pero era sólo el principio. La llamada ha salido a cada nación Islámica, para que donen hacia el esfuerzo para reconstruir a Palestina. Usted ve, Satanás sabe donde está el testimonio eficaz. Y él con astucia produce una falsificación para su propio testimonio.)

Le pregunto, ¿cómo ocasionó el Espíritu Santo este cambio repentino del corazón en aquellos creyentes recién bautizados en Jerusalén? Su transformación fue un milagro increíble. La respuesta es, estos cristianos eran los hijos de la profecía de Malaquías. Malaquías es el último profeta del que tenemos noticias en el Antiguo Testamento. Y Dios habló a través de él, diciendo, “Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros, y los adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano" (Malaquías 3:5).

Ahora avance el tiempo a la iglesia en Jerusalén. Estos creyentes iban de casa en casa en comunión. “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, y el partimiento del pan, y en las oraciones” (Hechos 2:42). ¿Cuál fue la doctrina de los apóstoles mencionada aquí? Fueron las misma palabras de Cristo. Jesús había instruido a sus discípulos, “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho” (Juan 14:26).

Ahora, ponga suma atención. Uno de los últimos mensajes que Jesús habló a sus discípulos antes de su crucifixión se encuentra en San Mateo 25. Creo que el Espíritu Santo ahora trajo este mensaje específico al recuerdo de sus seguidores. De hecho, probablemente fue Mateo quien predicó este mensaje de Cristo a los creyentes recién bautizados.

Las palabras de Jesús fueron avivadas en sus corazones, y ellos sabían que nunca podrían vivir igual que antes. De repente, vieron cuán serio es este asunto acerca de representar a Jesús. Esto los llevó a sus casas a buscar todo lo que ellos no necesitaban, y luego llevar aquellos bienes a las calles para venderlos. Puesto simplemente, la Palabra de Cristo en San Mateo 25 les dio a estos creyentes una nueva actitud de amor y preocupación por los pobres. ¿Cómo? Esto literalmente los puso ante el Asiento del Juicio.

Este mismo mensaje de San Mateo 25 me ha sacudido hasta el centro del alma. Y esta haciendo que haga cambios en mi vida y ministerio. De la misma manera, si usted clama a Dios por su toque y procura tener una nueva pasión por Jesús, usted será llevado en un viaje por el Espíritu Santo. Y en algún punto de ese camino, usted terminará afrontando San Mateo 25. Jamás podemos saltar ligeramente sobre esta Palabra demoledora.

Las palabras de Cristo aquí no son una parábola, sino una profecía. Este es el Día del Juicio final, y todos estamos ante el trono: “Cuando el Hijo del Hombre venga a su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria. Y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda” (Mateo 25:31-33).

Algunas personas declaran, “Esto es un juicio a las naciones, y no a la gente.” Esto es una insensatez. No hay naciones de ovejas o naciones de cabras. Desafío a cualquiera que nombre una nación de ovejas, que exista hoy o en el pasado. Es claro que esto es un juicio de todo el género humano. Y las ovejas mencionadas aquí son juzgadas según un criterio:

"Entonces el Rey dirá a los de la derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (San Mateo 25:34-36).

Jesús elogia a las ovejas, diciendo, “Ustedes me representaron justamente. Ustedes le testificaron al mundo que me identifico con los cautivos por el pecado y la pobreza. Conocías mi corazón, y permitiste que expresara mi naturaleza y amor a través de ti.” Cristo no dice una palabra sobre ningunas de sus otras obras diligentes o logros. Él fija todo en esta sola cosa.

Ahora viene la palabra que me hace temblar. Jesús dice: “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; desnudo, y no me cubristeis: enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis” (San Mateo 25:41-43).

Note que aquí Jesús no condena las cabras por el adulterio, el abuso de drogas, la pornografía, la idad, u otras iniquidades crasas. Sí, todos estos pecados condenan, y aquellos que los cometen serán juzgados por cada obra hecha en la carne. Pero con Cristo, existe un estándar aún más alto de juicio.

Conforme aplico este estándar a mi propia vida, pensé, “no puedo encontrarme en esta profecía. ¿Cuándo hice estas cosas que nos manda? ¿He descuidado el ministerio a los hambrientos, a los desamparados, a las viudas, a los huérfanos, a los prisioneros, a los afligidos? ¿Cómo trato con las palabras de Jesús aquí: “…De cierto les digo, que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mi lo hicisteis. E irán estos al castigo eterno…” (25:45-46)?

Durante meses he estado orando por las viudas, los huérfanos y el pobre. Recibimos cartas de gente indigente que ya no pueden pagar seguro o alojamiento. He suplicado a Dios, “Tú eres Señor de los ejércitos. Aliméntalos. Suple sus necesidades.” Finalmente, el Señor me contestó, "Tu debes hacer más que orar por ellos, David. Tú puedes hacer algo al respecto. Aliméntalos tú. Esta dentro de tu poder el hacerlo.”

No se equivoque: nadie puede ser salvo solo por buenas obras. Pero seremos juzgados por si las hicimos o no. Aún la cuestión no está en cuánta gente necesitada alimenté o vestí. La cuestión central es: “¿Profeso a Cristo como mi Señor, luego vivo sólo para mí? ¿Falsifico a Jesús acumulando y pasando el tiempo acumulando cosas? ¿Cierro mis ojos a las necesidades del pobre y desválido?”

Nuestro testimonio a un mundo maldecido por el pecado debe incluir tanto la predicación como la manifestación, tanto en Palabra como en hecho. Nuestra proclamación de Cristo no puede estar divorciada de nuestras obras de ayuda. Como Santiago dice, tales obras ayudan a demostrar el poder del evangelio:

“¿Qué ganancia, mis hermanos, aunque un hombre diga él tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarlo? Si un hermano o la hermana están desnudos, y tienen necesidad de alimento diario, y uno de ustedes les dicen, Id en paz, sed vosotros calentados y llenos; pero no les distes las cosas que son necesarias al cuerpo; ¿Qué aprovechara? " (Santiago 2:14-16).

Las multitudes cristianas responden a la profecía de Jesús de dos modos. Estan aquellos "del evangelio fácil," que dicen, " Dios no es tan duro. Esto es toda la predicación del día del juicio final. Mi Dios es muy amoroso para juzgar con severidad." Entonces, aquellos "del evangelio difícil" dicen, "Esto es muy estricto, demanda mucho, yo no puedo aceptar tal exigencia. No puedo aceptar una palabra tan inquietante. Nunca puedo dar la medida."

Entonces ambos evangelios van por su propio camino, justificados e inmóviles. Y seguimos organizando avivamientos para los perdidos. Seguimos reuniéndonos para orar, pidiéndole a Dios que supla las necesidades del pobre. En Navidad, distribuimos cestas a familias necesitadas. Y en ocasiones, dejamos caer unas monedas a mendigos. Pero no tenemos ningún compromiso de jornada completa, sobre el mandato de hacer lo que Jesús ha mandado.

Tal gente gritará, "Pero Señor, Señor, esto es todo una sorpresa. Creímos en ti. Oramos, ayunamos, fuimos a la iglesia. Somos tus ovejas redimidas. "¿Por qué serán separados estos con las cabras?

El hecho es, si amamos al mundo y sus cosas, no podemos ser de Dios: "Si cualquier hombre ama el mundo, el amor del Padre no está en él " (1 Juan 2:15). Si codiciamos, queriendo cada vez más cosas, no somos una de sus ovejas: "Ni los ladrones, ni codiciosos… heredarán el reino de Dios" (1 Corintios 6:10).

Aún, estos creyentes serán cabras no solamente por su codicia por cosas, o porque no ayudaron al necesitado. El Señor les dirá, "Eres una cabra porque me falsificaste ante el mundo. Tu hiciste que el mundo impío se identificara con la prosperidad, el dinero, y el éxito. Engañaste al pobre diciéndole que quise hacerlos ricos. Y dijiste al enfermo que ellos sufrían porque carecían de fe."

Te bendije. Derrame mis recursos en ti, porque te amo. Pero no abriste tus oídos al llanto de necesidad alrededor tuyo. En cambio, te ahogaste en tus propios bienes. Si tu fueras mío - si me amaras - habrías obedecido mis órdenes."

Usted puede decir, "Hermano Dave, esto es demasiado difícil. Seguramente Dios no es así. "Lea las palabras de Ezequiel: " He aqui que esta fue la iniquidad de Sodoma tu hermana: orgullosa, con plenitud de pan, y abundancia de ociosidad… tampoco ella estrechó la mano del pobre y necesitado" (Ezequiel 16:49, letras itálicas añadidas por mí). Cuando Dios juzgó a Sodoma, él no mencionó su idad o idolatría. Era todo acerca del orgullo, la comodidad y la negligencia del necesitado. Ellos no tenían ninguna preocupación por el pobre.

Amado, el Señor no pidió una venta de garaje antigua en Jerusalén. Él desea algo en los corazones de la gente. Él quiso testigos que fueran libres de la esclavitud a las cosas, y reflejaran su corazón a un mundo perdido. Dios no le interesa nuestras casas. Él quiere que nosotros despertemos y veamos como estamos ahogados con posesiones.

¿Cómo puede usted estar involucrado con el necesitado? Esto es obra del Espíritu Santo. Si usted es condenado por este mensaje, vaya a él. Él le conducirá directamente a las necesidades que él quiere que usted encuentre, en una de estas áreas de ministerio de amor. No piense que esto es para ponerle bajo una culpa o condenación, sino para ayudarle a evaluar su corazón a la luz de las palabras de Jesús.

El Señor no espera a ningunos de nosotros para hacerlo todo. Pero sé que él espera que nosotros seamos participantes personalmente en alguna área de necesidad. ¿Puede usted decir que usted está listo a estar de pies ante Cristo durante aquel día, sabiendo que usted ayuda a alimentar o vestir al pobre, visitando a prisioneros, bendiciendo o visitando a viudas y al huérfano?

El Espíritu Santo no me permitirá evitar esta verdad de condenación. Tampoco él perdonará a cualquier creyente verdadero. Lo que Dios dice es en serio. Incluso los que son minusválidos, los ancianos o enfermos, pueden orar por los huérfanos. Ellos pueden escribir cartas a prisioneros.

Cuando existe un deseo de obedecer este mandato, el Espíritu Santo mostrará el camino. Y cuando nos involucramos, él promete esto: "Y si derramares tu alma al hambriento, y satisfaces el alma afligida; en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía: y Jehová te dirigirá continuamente, y saciará el alma en la sequía, y engordará tus huesos: y serán como huerta de riego, como una primavera de agua, cuyas aguas nunca faltan" (Isaías 58:10-11).

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