El Toque de Dios: Siendo Poseído por Dios
Quiero hacer tres declaraciones a usted acerca del toque de Dios en una persona.
- Una vez que Dios toca y toma posesión de alguien, no es solamente por algún tiempo. Es para toda la vida. El Señor nunca entregará a Satanás lo que le pertenece solo a Dios.
- A aquellos que Dios posee, él los preserva. Podemos titubear en el camino, fracasar o caer en un pecado devastador. Pero una vez que Dios nos posee, él nunca se rendirá con nosotros: “Porque Jehová ama la rectitud, y no desampara a sus santos. Para siempre serán guardados” (Salmos 37:28). “Jehová guarda a todos los que le aman” (Salmos 145:20).
- A quienes Dios posee, Él los prepara para usarles cada vez más. Esto incluye aún a aquellos siervos que han caído o que se encuentran desanimados. Tal vez puedes estar convencido de que Dios ya se cansó de ti y que se ha rendido contigo y que ya no te puede usar más. Pero si tienes un corazón contrito, estás siendo preparado para cosas mayores aún de las que has visto. Dios usa incluso aquellas cosas que Satanás planea para destruirnos.
Quiero probarte que una vez que Dios toca y posee a alguien, él va a llevarte lejos de toda trampa satánica, si tú clamas a él. Y él va a usar todo en tu vida — incluyendo tus fracasos, tus problemas y tus pruebas — para prepararte para lo mejor que él tiene para ti y que está por venir.
Recuerda el momento en que Dios vino a tu vida, sobrenaturalmente tocando tu alma. Te llamó hacia sí mismo y te llenó con su Espíritu. En aquel momento, Dios hizo un compromiso contigo: “Yo te quiero, y yo declaro que eres mío. Tu eres mi posesión.” Él tomó el control de tu vida, y nada iba a cambiar ese hecho. Te convertiste en la posesión adquirida de Dios: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hechos 20:28).
El Creador del Universo te compró con el precio de su propia sangre. Y nada tiene poder sobre aquella sangre. Así que tú perteneces a la posesión de Dios, incluso cuando los poderes del infierno te seducen y te condenan. Dios les responde, “No diablo, no puedes tenerle. ¡Quita tus manos de mi propiedad!”
Considera al líder de Israel: Moisés, un hombre poseído por Dios.
Moisés fue poseído por Dios. El Señor le preservó prueba sobre prueba. Y todo el tiempo Dios estuvo preparándolo para una obra más grande.
Moisés fue tocado y ungido por Dios mientras vivió en la casa de Faraón. Como resultado de ello, Moisés se negó a ser llamado hijo del Faraón: “escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al invisible” (Hebreos 11:25-27).
No hubo ninguna duda de que el toque de Dios estaba sobre la vida de Moisés mientras que él estuvo en Egipto. Moisés sabía que él había sido llamado para liberar a Israel. Pero cuando él mató al tratante de esclavos Egipcio, él tuvo que huir del país. Muy poco sabía Moisés acerca del gran período que le tocaría vivir en el desierto. Él estaría escondido en el lejano desierto alrededor de cuarenta años, cuidando las ovejas de su suegro.
El período en el desierto de la vida de Moisés es un tiempo que muchos siervos poseídos por Dios deben enfrentar. Ellos se sienten estancados en un lugar muy por debajo de donde puedan desarrollar sus habilidades. Ellos se sienten desesperados porque creen que el rol que están desempeñando es prácticamente nada en comparación con lo que ellos creen que Dios tiene en mente para ellos.
Me pregunto cuántas veces Moisés miró a su rebaño de ovejas y oró, “Dios, tú me tocaste tan claramente. Seguramente pudiste haberme encargado algo más que solo cuidar éstas pocas ovejas. Tú me diste una educación elevada en los grandes centros de aprendizaje de Egipto. Me mostraste obras poderosas que solo pudieron haber sido hechas a través de tu mano. ¿Es esto todo lo que hay para mí?”
Yo creo que Moisés llegó al convencimiento de que su tiempo ya se le había acabado. Él no tenía ninguna voz, ningún mensaje. Así que, él se resignó a ser un pastor de ovejas en el lejano desierto. Pero Dios estaba comprometido con Moisés. Incluso mientras Moisés estaba frustrado con su limitada existencia, el Señor estaba preparándolo y preservándolo para grandes cosas.
Luego Moisés tuvo su encuentro con la zarza ardiente. Una voz vino de allí, diciendo, “Quita el calzado de tus pies, Moisés. Estás en Tierra Santa.” El Señor habló un mensaje directamente al corazón de Moisés, y la vida éste nunca más fue igual. Dios lo estaba instruyendo, “Ve, reúne a los hijos de Israel. Dile a Faraón, ‘Deja libre a mi pueblo.”
Esa zarza ardiente era el fuego del Espíritu Santo moviéndose a través de un objeto natural. Dios tomó un arbusto inútil y causó cambios increíbles que se llevaron a cabo a través de él.
¿Qué pasa contigo? Tal vez puedas estar frustrado con tu limitada existencia. Pero Dios se ha comprometido contigo, de la misma forma que se comprometió con Moisés. Al mismo tiempo está preservando y preparándote para un nuevo caminar con el Señor el cual nunca has experimentado, y para ministrar a Cristo como nunca antes. Tu rol es simplemente creerle a Dios, que él te llevará a un lugar mucho más alto, a un lugar santo.
David también fue un hombre poseído por Dios.
En la cima más alta de las bendiciones de Dios, David fue sorprendido por un ataque de lujuria. Este rey justo había ganado una serie de victorias a enemigo tras enemigo. Y luego David espió a Betsabé y fue derrotado por una horrenda lujuria. El cometió adulterio, concibiendo un niño con ella. David trató desesperadamente de esconder este terrible pecado, manipulando y mintiendo para cubrirlo. Finalmente, el cayó tan bajo que causó el asesinato del esposo de Betsabé.
Si tú hubieras vivido durante en el tiempo de David, probablemente hubieras pensado, “Dios ha abandonado a ese hombre. El pecado en contra de luz misma.” Aun así, ¿Qué representa la caída de David para nosotros hoy? Es una imagen del siervo poseído por Dios que ha sido sorprendido por una envolvente lujuria. Satanás trata de sorprender a cada siervo que es serio en su caminar con Dios.
¿Has sido sorprendido y abrumado por una lujuria de algún tipo? Tal vez tú has tenido una historia limpia, un admirable caminar con Jesús. Pero el diablo te tomó entre ojos, tomó nota de ti y envió un arsenal del infierno con dardos furiosos en tu contra.
O quizás tú eres capaz de decir, “Yo no tengo esa clase de que pecado en mi vida. Yo tengo un caminar limpio con Dios.” ¿Pero qué me dices acerca de la madre de todos los pecados, la incredulidad? Quizás viniste a un lugar de victoria, a una cima en tu caminar de fe, cuando de algún lugar fuiste vencido con la incredulidad. Fuiste acosado por la depresión, el temor, la ansiedad e incluso te enojaste con Dios. De repente, empezaste a dudar de la presencia de Dios en tu vida.
En realidad no importa cuál haya sido tu iniquidad. No hay ningún pecado en tu vida que cause que Dios se rinda contigo. Todavía tú eres su posesión comprada. Inclusive cuando David despreció a Dios cometiendo adulterio, el Señor no se rindió con él. Las escrituras dicen que el Señor envío a Natán a David, y el profeta lo confrontó, diciéndole, “Tú has cometido adulterio.” ¿Cómo respondió David? Se humilló, confesando, “He pecado en contra del Señor” (2°Samuel 12:13).
Por supuesto, David sufrió terribles consecuencias por su pecado. Pero Dios lo preservo a través de toda esa dura experiencia. Luego, Natán le dijo a David, “El Señor también ha borrado tu pecado” (2°Samuel 12:13). De hecho, David estaba siendo preparado para un ministerio aún más grande después de su caída. Su voz fue oída a través de toda la tierra como nunca antes. Y hoy nosotros leemos sus palabras ungidas en los Salmos. Ciertamente, la Palabra que Dios le reveló a David en medio de su prueba es una palabra que todavía se predica en nuestros días.
Pedro fue un hombre verdaremente poseído por Dios.
El discípulo poseído por Dios cometió el peor pecado de todos. Una cosa fue cómo Moisés huyó y se escondió de Dios. Otra fue como David desprecio al Señor. Pero la peor de todas, fue que Pedro negó a Cristo conociéndole. Él incluso maldijo a su Señor.
Jesús le había dicho a su buen amigo Pedro que él era una roca. El discípulo atrevido había incluso caminado sobre el agua con el Señor. Y él audazmente había jurado que él moriría por su Maestro. Aun así luego, cuando Pedro fue acusado de ser discípulo de Cristo, él respondió, “¡No conozco a ese hombre!” (Mateo 26:72). Y mientras la multitud persistía, “Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre” (Mateo 26:74).
¿Puedes imaginarte una escena tan horrible? Si no conociéramos a Pedro, hubiéramos pensado: “Pedro está acabado. Negó a Jesús, ayudando con eso a enviarlo a la cruz. No hay esperanza para ese hombre. Dios lo ha abandonado.”
¡No! Dios no abandonaría lo que le pertenece. Él iba a preservar a Pedro. Y declaró, “No diablo, él es mi propiedad. Sólo mira lo que yo hago con este hombre.” Pedro fue tomado por el Espíritu Santo. Y el Espíritu le recordó a Pedro lo que Cristo había dicho: “Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente” (Mateo 26:75).
El Espíritu Santo cayó sobre Pedro, convenciéndole y quebrantándole. El discípulo recibió un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Sólo unas semanas después, vemos a un hombre totalmente diferente. Pedro predicó el evangelio confiadamente en Pentecostés a por lo menos 3000 personas. El discípulo que se había consumido en cobardía era ahora un evangelista sin miedo, lleno de fuego.
Aquí hay un primer ejemplo de cómo el Señor preserva y prepara a quienes son su posesión. Pedro estaba siendo preparado incluso en su negación de Jesús. Lo que el diablo pretendía como una abominable maldad, Dios lo convirtió en algo para su gloria.
Dios ha hecho un juramento de preservar y hacer fructífero a todo aquel que él posee.
El Señor hace las siguientes promesas en su pacto para traerte libertad, descanso y victoria:
- Dios ha prometido sepultar todos nuestros pecados. “El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:19). El Señor promete mortificar y exterminar todo nuestros hábitos pecaminosos y fortalezas, a través de la fe y del verdadero arrepentimiento.
- Dios ha prometido hacer que caminemos en santidad. ¿Tú crees lo siguiente: “Quiero ser libre pero no tengo la voluntad para rechazar mi pecado”? El Señor responde, “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:25-27).
- Dios ha prometido que nunca rechazará a quienes él posee. El Señor nos castiga por nuestros pecados pero él nunca rechaza su simiente: “Si profanaren mis estatutos, y no guardaren mis mandamientos, entonces castigaré con vara su rebelión, y con azotes sus iniquidades. Mas no quitaré de él mi misericordia, ni falsearé mi verdad. No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios. Una vez he jurado por mi santidad, y no mentiré a David. Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol delante de mí” (Salmos 89:31-36).
- Él ha prometido poner su temor en nuestros corazones. “Y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí” (Jeremías 32:40).
Mientras enfrentas tus propias luchas, recuerda que el Señor no te ha abandonado. Él te llama su amigo, y todavía él tiene su mano sobre ti. Todo lo que él te pide es un corazón arrepentido y que confíes en sus promesas.
Querido Santo no menosprecies este mensaje. No te permitas a ti mismo seguir llevando algún desánimo en tu interior, esclavitud, culpa, una fortaleza o asedio de pecado. En lugar de ello, mantente firme en las promesas del pacto de Dios.
Tú eres su posesión, y pronto él te guiará a pastos verdes y a aguas quietas. Por fe, recibe su amor, poder, perdón y libertad. Tus mejores días están por venir. ¡Amen!