EL ULTIMO ADÁN

Encontrando Nuestra Victoria en la Obra que Hizo Jesús por Nosotros

“Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo.” (1Cor 15:45-47).

El apóstol Pablo habla aquí de dos Adanes, el primero y el ultimo. El primer Adán, claro está, fue el primer humano en la tierra. Él fue creado por Dios y colocado en el Jardín del Edén. El último Adán es Jesucristo, el hijo de Dios. Como Pablo lo señala, el primer Adán era natural, físico, nacido de la tierra. Solo cuando Dios le dio aliento de vida a Adán, éste tuvo vida, pero el último Adán, Cristo, es espiritual y celestial. A él le pertenece la vida misma y la esencia de Dios.

Pero los Adanes tienen gran significado en el diario vivir de un cristiano. El Adán carnal pecó, rebelándose contra la voluntad de Dios y repercutiendo a toda su descendencia con su naturaleza pecaminosa: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5.12).

Dios volvió la mirada ante el total fracaso de la raza de Adán a través de la historia. Dios en todo momento tuvo un plan para rescatar a la humanidad, y le habló de ello a Abraham: “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti.” (Génesis 17.7). Dios estaba diciéndole al mundo, “Una nueva raza esta por comenzar en la tierra. Les estoy enviando a un segundo Adán, y él será el primer nacido de esta raza. El levantará una simiente espiritual constituida por multitudes alrededor del mundo, y esta simiente será un pueblo celestial. Su ciudadanía no será de este mundo, sino de mi reino.”

La aparición de Cristo en esta tierra anunció un nuevo hombre.

Pablo nos dice que Jesús era “...el primogénito entre muchos hermanos.” (Romanos 8.29). Aunque Jesús venia como un hombre celestial y perfecto, también cargó la naturaleza antigua de Adán. ¿Por qué? El hizo todo lo que la simiente del primer Adán no podía. Cristo fue el último Adán.

Bajo los términos del nuevo pacto, Dios ya no reconoció al viejo Adán; el sólo ve al nuevo hombre: Cristo.  Así que el viejo Adán – su naturaleza, su carne – no tienen mayor importancia delante de Dios. El Señor declaró, “Sólo un hombre puede estar enfrente de mi ahora. No reconoceré a nadie mas que este último Adán, Cristo. Nada de la vieja naturaleza de Adán puede alcanzarme. Ninguna acción, ningún ministerio, ningún sacrificio será aceptado, excepto lo que ha sido hecho por Cristo. Él es la única simiente que yo reconozco.”

Para tener una relación con Dios, necesitamos hacernos parte de este ultimo Adán. Necesitamos incorporarnos a él para ser transformados en su simiente en esta nueva naturaleza. ¿Cómo se realiza esto? De acuerdo con Pablo, somos trasladados fuera del reino de las tinieblas hacia el reino de la luz. Este traslado es una obra de gracia solamente, y Jesús lo realizó para nosotros en la cruz. Pablo lo describe plenamente, “el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo,” (Colosenses 1.13). Ahora, la escritura dice que cuando el Padre te ve, lo hace a través de su hijo. Tú has tomado la naturaleza de Cristo.

Puedes ver que Jesús murió, él llevó al antiguo Adán con él a la tumba. Cuando el Señor se levantó de la muerte, dejó al antiguo Adán allí. Ante los ojos de Dios, ese viejo hombre murió, fue crucificado con Cristo, con todo y la carne. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2.20).  “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2Cor5.17).

Tú puedes decir, “Yo sé que estoy en Cristo por fe. Sé que soy una nueva criatura, pero batallo terriblemente con un hábito. Me desmoraliza, desmotiva.” Satanás quiere convencerte que Dios se ha dado por vencido contigo. Él quiere convencerte de que Dios te ve como sucio, jugando con el pecado, pero todo esto es una vil mentira. Lo que tú estas experimentando es la batalla  del Espíritu contra la carne que hay en ti. Esta batalla es común en todos los creyentes. Mientras estés en medio de ella, Satanás quiere convencerte de que “el viejo hombre” esta controlándote.

No importa cuál es tu condición, Dios mantiene firme su amor por ti. Dios nunca dejó de amar a la simiente de Adán aún a pesar de sus debilidades e idolatría. Él nos preservó a través de la historia para llevarnos al momento de la cruz, cuando el apareció con su plan de rescate. Nuestra victoria viene solemnemente a través del arrepentimiento, la fe y confianza en Dios que cuida de nosotros.

Pablo explica, “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;” (Romanos 6.4-5).

Nuestro viejo hombre está legalmente muerto ante los ojos de Dios, y el nuevo hombre, Jesucristo, vive en nosotros. Si tú estas en Cristo por fe, no importa como te sientas al respecto de ti. Lo único que importa es como te ve Dios, y cuando te ve a ti, lo hace a través de los ojos de Cristo.

He leído tristes y penosas cartas de creyentes que están atados a hábitos pecaminosos.

Quiero pedirles a esos creyentes: ¿Estas teniendo problemas para obtener la victoria con tus fuerzas? ¿Estas luchando la batalla en tu antigua naturaleza? Pablo lo señala, “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; más al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.” (Romanos 4.4-5)

Amado, mantén esta verdad en tu corazón: El primer Adán en ti esta muerto ante los ojos de Dios. El viejo hombre simplemente no puede ayudarte para combatir al enemigo. Tu victoria debe venir no a través del llanto o del esfuerzo, sino por la fe puesta en Jesucristo quien ganó la batalla por ti. En efecto, Pablo dice solo hay una condición ligada a la promesa de Dios:  “si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro.” (Colosenses 1.23).

Cristo, el ultimo Adán, demuestra que el resultado de una fe firme es el amor. “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo.” (1Juan 4.17) Juan esta diciendo, “El amor del Padre hacia ti es seguro. Ahora, sigue el ejemplo de Jesús.” Cristo vivió su vida entera en el mundo en santidad dependiendo del Padre. Pasaje tras pasaje nos lo muestra sanando personas, realizando milagros y realizando maravillas, pero de acuerdo a su propio testimonio, él dijo que no hacía nada sin el consentimiento de su Padre: “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente.” (Juan 5.19).

Cristo rindió todo a su Padre para ser un hijo totalmente obediente. Nosotros deberíamos hacer lo mismo, ser totalmente dependientes del Padre así como él lo era. El problema es que muchos cristianos gastan sus días esforzándose a romper el poder del pecado sobre sus vidas. Muchos están cansados de luchar en su carne y se están dando por vencidos en sus matrimonios, en su fe, o cualquier esperanza de algún día ser libres. Muchos me han dicho, “Estoy viviendo un infierno. El Señor se mostró real para mí. He orado por años, pero nunca me liberó.”

Cuando escucho esto, solo regreso a las promesas de Dios, promesas que nos guardan de caer, que rompen cada cadena, que liberan a los cautivos, que terminan con el dominio de Satanás, promesas de que Jesús habita en nosotros y nos da nueva vida cada día. Estas promesas me convencen de que nuestro Padre no envió al ultimo Adán en vano, y el ultimo Adán, Jesús, no murió en vano. Yo te lo digo, si la fe en la victoria de Cristo en la cruz no es suficiente – si no significa la victoria para cada hijo de Dios – entonces la muerte de Cristo fue en vano. Así de simple.

¿Crees en el amor y cuidado de Dios por ti?

¿Tu confías en que su Espíritu te puede sostener?  Cuando el enemigo venga como una inundación, haz tuya esta oración: “Señor, por tu gracia y tu misericordia, tú me has puesto en Cristo. Ante tus ojos, yo no tengo ninguna relación con el antiguo Adán, y él no tiene ningún poder sobre mí. Ahora yo estoy ante ti limpio y santo, por mi fe en la obra que hizo Jesús por mi. Yo soy débil, pero tú dijiste que tu Espíritu Santo me dará poder. Yo me entrego a ti, sabiendo que tú ya has provisto todo lo que era necesario.” Amen.

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