En Paz durante la Tormenta
Dios le prometió al profeta Zacarías que en los últimos días, él sería un muro de fuego protector alrededor de su pueblo: “Yo seré para ella, dice Jehová, muro de fuego en derredor” (Zacarías 2:5 ) Del mismo modo, Isaías testifica: “Habrá un abrigo para sombra contra el calor del día, para refugio y escondedero contra el turbión y contra el aguacero” (Isaías 4:6).
Estas promesas están destinadas a consolarnos antes de que llegue una gran tormenta en los últimos días. De hecho, Jesús dice que esta tormenta que se avecina será tan espantosa que los corazones de las personas les fallarán cuando la vean desarrollarse (ver Lucas 21:26).
Ahora, si Jesús dice que esta tormenta va a ser feroz, podemos estar seguros de que será un momento increíble en la historia. Sin embargo, la Biblia nos asegura que Dios nunca envía juicios sobre ninguna sociedad sin revelar primero a sus profetas lo que planea hacer: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7).
Esta es una maravillosa expresión del gran amor de nuestro Señor por su pueblo. Justo antes de una tormenta inminente de juicio, él siempre ordena a sus profetas que adviertan a la gente que vuelva a él: “Y he hablado a los profetas, y aumenté la profecía… por medio de los profetas” (Oseas 12:10).
Siempre ten en cuenta que Dios amorosamente llama a su pueblo a sí mismo para protegerlo en tiempos de tormenta. Nuestra nación se ha alejado de Dios. Basta con mirar la tasa de abortos, las condiciones en las escuelas, la adicción y la blasfemia y la inmoralidad presentes en nuestra sociedad.
¿Cómo emulamos la actitud de Jesús en estos tiempos difíciles? El secreto: ¡Jesús mantuvo al Padre siempre delante de él! David habla proféticamente de Cristo: “Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido” (Hechos 2:25). El significado literal aquí es: “Siempre estuve en su presencia, contemplando su rostro”.
Amados, si vamos a enfrentar la tormenta que se avecina, entonces debemos estar preparados para que nada perturbe nuestro espíritu. Y la única forma de hacerlo es pasar tiempo en presencia del padre, contemplando su rostro. ¡Tenemos que encerrarnos con él, de rodillas, hasta que estemos completamente convencidos de que él está a nuestra diestra!