ENSÉÑANOS A ORAR

Gary Wilkerson

Mientras los discípulos viajaban con Jesús, notaron que él oraba con frecuencia. No era extraño para él, el orar por largos períodos de tiempo en la mañana, antes del amanecer. Algunas veces pasaba todo el día orando; otras veces oraba durante toda la noche.

Jesús era lo que las Escrituras llaman “un intercesor”. Él intercedió, lo que significa que se puso entre Dios y el hombre para traer a la tierra bendiciones del cielo. Mientras estuvo en la tierra, él fue el Intercesor Divino, Dios entre nosotros, intercediendo en nuestro favor. A él le encantaba interceder.

Los discípulos fueron desafiados e inspirados al ver a Jesús orar y, con valentía, le pidieron que les enseñara a orar. Ellos habían escuchado a Jesús enseñar, pero no le pidieron que les enseñara a enseñar; lo vieron haciendo milagros, pero no le pidieron que les enseñara a sanar; ellos le pidieron que les enseñara a orar.

Cuando los discípulos de Jesús lo escucharon orar, sus emociones y pasiones espirituales se agitaron dentro de ellos. Todos ellos habían sido criados en las costumbres religiosas judías de la época, y habían orado desde el momento en que eran niños pequeños. En otras palabras, ellos eran hombres empapados en la tradición de la oración. Pero después de escuchar a Jesús orar, se sintieron totalmente incapaces en la oración. El clamor de sus corazones fue: “En comparación contigo, Jesús, no sabemos nada sobre la oración. Jesús, enséñanos a orar” (ver Lucas 11:1).

Te invito a entrar en la presencia de Jesús hoy. Ven y siéntate a sus pies y pasa tiempo en su presencia. Puedes ser honesto con él: “Señor Jesús, yo no sé cómo orar, pero aquí estoy. Quiero aprender y te ofrezco mi vida”. Si son hijos o hijas de Jesucristo, son “participantes de la naturaleza divina [de Dios]” (2 Pedro 1:4). El espíritu del Intercesor Divino mora dentro de cada creyente que anhela ser lleno de su poder.