Eres Amado y Aceptado
Jeremías fue un profeta de trueno del Antiguo Testamento. Cada palabra que predicaba era como una espada cortando la carne. Él enojó tanto a los políticos y a los líderes de la iglesia que lo arrojaron a prisión. Pero todo el tiempo, este profeta llorón esperaba un día en que Dios visitara a su pueblo y cambiara sus corazones. Jeremías sabía que Dios se compadecía por su pueblo y los amaba con un amor eterno.
Como se predijo en Jeremías 24, Cristo fue enviado por el Padre para cumplir el Nuevo Pacto. Él selló el acuerdo con su propia sangre y lo puso en vigencia el día que murió. Esto significa que Dios no está tratando con nuestra generación como lo hizo con la de Jeremías. Tenemos un nuevo acuerdo basado en mejores promesas. El mensaje de la Ley de Jeremías se ha cumplido ahora en la obra consumada de Jesucristo. ¡Y qué diferencia hay entre el trueno de Jeremías y la misericordia de Jesús!
En la hora final de nuestro Señor, en el huerto de Getsemaní, Jesús oró a su Padre celestial acerca de sus discípulos. Recuerda, Pedro lo traicionaría en cuestión de horas, Tomás dudaría de él y todos los discípulos lo abandonarían y regresarían a sus hogares. Pero Jesús no los condenaría, como vemos en esta fantástica oración en Juan 17:
“[Padre], me los diste, y han guardado tu palabra… las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron… No son del mundo… La gloria que me diste, yo les he dado… tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17:6, 8, 16, 22-23).
Decimos: “Pero, Jesús, ¿no ves lo que hay en el corazón de Pedro? ¡Él te va a traicionar! Y Tomás está lleno de miedo y temblor. ¿Cómo puedes orar para que ellos sean amados cuando son tan débiles?”
Oh, sí, su pecado entristeció a Jesús, pero el Nuevo Pacto estaba siendo introducido y presentaría perdón, misericordia y gracia. “Perdonaré sus iniquidades; no me acordaré más de sus pecados”. Jeremías, bajo el Antiguo Pacto, predicó: “Sus pecados han hecho que él se aparte de ustedes”, pero Jesús dijo: “ Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más”.
Las cosas son diferentes ahora. Dios todavía odia el pecado, pero tenemos un Salvador viviente, sentado a la diestra del Padre, que sigue orando por nosotros. Jesús está tratando de decirnos: “Ustedes no necesitan un Jeremías de trueno para librarlos del pecado y del mundo. Sólo necesitan aceptarme, arrepentirse y acercarse a mí. Sin condenación. Sin temor. Simplemente ámenme por completo y abandonarán todos tus pecados”.